
La tésera de Monte Bernorio (Villarén de Valdivia, Palencia) es el último exponente de esta tipología encontrado en territorio de los antiguos cántabros. Independientemente de la importancia de su hallazgo (único por si solo), llama poderosamente la atención donde y como se halló esta maravilla arqueológica. No olvidemos que nos encontramos en el "oppidum" por excelencia dentro de la denominada Regio Cantabrorum y que da nombre a la propia pieza. Para quien no lo conozca, el Monte Bernorio es una increíble atalaya natural que domina las vías de comunicación naturales que atraviesan la cornisa cantábrica de Este a Oeste, además de situarse estratégicamente en las inmediaciones de las cabeceras de los ríos Pisuerga y Ebro. Esta circunstancia no pasó desapercibida para los antiguos moradores de estas tierras, quienes se sabe comenzaron a ocupar sus laderas hacia el Neolítico Final y el Calcolítico, desplazándose posteriormente (Edad del Bronce) hacia la cima y creando así los pilares de una sociedad que alcanzó su cenit en la Edad del Hierro, siendo finalmente arrasados en la primera fase de las Guerras Cántabras (siglo I a.C.).
La importancia del yacimiento del Monte Bernorio es conocida desde hace décadas, comenzando las primeras excavaciones en su núcleo a finales del siglo XIX, concretamente en el año 1890. Seria Claudio López Bru, II Marques de Comillas, quien tomase esta iniciativa de la mano de su capataz (y director de la excavación) Romualdo Moro, uno de los precursores de la investigación de los antiguos cántabros. Las intervenciones más o menos continuadas se verían frustradas con la llegada de la Guerra Civil Española (1936-1939), convirtiéndose Bernorio en un enclave vital estratégicamente hablando. Se fortificaría nuevamente, siendo un lugar ferozmente disputado en el denominado Frente Norte..la historia siglos después se repetiría. Tras el conflicto bélico se retomaría la actividad arqueológica de la mano de J. San Valero Aparisi, desarrollándose campañas durante los años 1943, 1944 y 1959. Desde entonces hasta el año 2004, el yacimiento permanecería en el olvido hasta que los componentes del proyecto "Monte Bernorio en su entorno" volviesen a investigar en sus entrañas. Desde entonces hasta nuestros días, el equipo dirigido por Jesus Francisco Torres-Martinez (Kechu) se ha encargado de investigar y obtener resultados concluyentes sobre sus diferentes etapas constructivas y de hábitat, siendo claves para el entendimiento y conocimiento de la vida de sus antiguos moradores. Años y años de experiencia han convertido este proyecto en un icono dentro de la arqueología del escenario nacional, llegando incluso a traspasar nuestras fronteras y convirtiendo tanto este proyecto como IMBEAC (el Instituto Monte Bernorio de Estudios de la Antigüedad del Cantábrico) en un auténtico referente europeo.
Fruto de ese increíble trabajo, aparecería en 2012 la pieza que nos ocupa. Una tésera que, debido a su estado y contexto, ha generado alguna duda en cuanto a su función verdadera. ¿Podriamos estar ante un pacto de hospitalidad roto por alguno de sus componentes? ¿Dónde esta el resto de la tésera (al menos de la pieza "hembra")?. Preguntas que esperemos que el equipo del proyecto Monte Bernorio en su entorno pueda aclarar en campañas posteriores.
La tésera de Monte Bernorio es una lámina de bronce formada en la actualidad por la mitad posterior de un porcino perfectamente silueteado. Sus dimensiones son de 3.8 centímetros de alto por 2.7 de ancho y 0.2 cm de grosor, siendo su peso de 9.30 gr. En el momento de su hallazgo se situaba en el nivel de destrucción del oppidum, el cual coincide con el inicio de la primera ofensiva de las Guerras Cántabras (siglo I a.C.). Su hallazgo supuso un antes y un después en la campaña, ya que independientemente de que otros hallazgos fuesen relevantes, estaban ante un elemento no encontrado nunca en el entorno del yacimiento. Desde un primer momento se interpretó que podían estar ante una tésera de hospitalidad, marcándose como objetivo la búsqueda de la mitad delantera para completar este pequeño rompecabezas. De todos modos, debido fundamentalmente a la oxidación y a la concreción, no se podía distinguir elemento decorativo o escritura alguna, circunstancia que cambiaría con el paso de las semanas y posterior limpieza de la misma. Estos trabajos se realizarían en el Laboratorio del Dpto. de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid, esbozándose unos trazos que parecían indicar la existencia de algún texto escrito o signo, además de atisbarse lo que parecía un orificio. Finalmente, tras la restauración, lo que inicialmente era una posibilidad se plasmaría como una realidad apasionante: no solo poseía parte de un texto, sino que la pieza estaba decorada por ambos lados y en todo su perímetro. Además de esta línea perimetral, se identificaron dos líneas paralelas oblicuas muy características en la parte trasera del lomo. Se confirmaría también que tenía un pequeño orificio que la atraviesa de lado a lado y que, según parece, fue realizado ex professo.
Con todo ello, nos encontramos ante una posible tésera de tipología figurativa zoomorfa, es decir que representa icónicamente elementos de la naturaleza, en este caso concreto la figura de un animal (porcino). En la cultura indígena peninsular existen varios paralelos en cuanto a forma se refiere: Viana (Navarra), Osma (Soria) y de Monreal de Ariza (Zaragoza) como las más representativas. Curiosamente todas ellas están completas, al menos la mitad simétrica que representan las téseras de hospitalidad, que suelen encajar entre sí para conformar un conjunto completo. En la de Monte Bernorio nos encontramos ante la mitad de una de las partes, algo que tiene bastante perplejos a los investigadores por los siguientes motivos:
De todas las hipótesis formuladas, las que cobran más fuerza son las dos primeras expuestas, aunque ni mucho menos son descartables el resto hasta nuevas investigaciones.
Respecto al texto está realizado mediante incisión lineal, técnica que aun siendo muy básica podemos encontrar en otras téseras similares. Debido a este motivo, la conservación del mismo es excepcionalmente buena, pudiéndose incluso ver en detalle la clara interrupción entre las palabras que la conforman. Estamos ante 3 unidades léxicas que dicen lo siguiente: ]IUM : CaA : SA
El castro de Castillo (Prellezo, Val de San Vicente) es un yacimiento único en Cantabria. Muchos podrán pensar que no es ni el más espectacular, ni en el que más materiales se han podido obtener, ni siquiera el más vistoso. Pero eso si, no existe en la región otro castro similar, ya que las estructuras defensivas de este enclave castreño corresponden a fortificaciones características de los castros marítimos, abundantes en Asturias y Galicia pero sinigual en Cantabria. Se ubica en la rasa litoral occidental de Cantabria, sobre un promontorio marino en forma de península del que toma el nombre. Dicha península tiene una extensión aproximada de tres hectáreas, internándose en el mar por un punto denominado como "Punta de la Garita" y siendo el lugar ideal para este tipo de fortificaciones marítimas.
La identificación del castro de Castillo como tal es relativamente reciente (Eduardo Peralta, F. Fernández y R. Ayllón en 2003), aunque la zona ha tenido interés arqueológico desde finales del siglo pasado, concretamente desde la década de los años 80. Fue por aquél entonces cuando el CAEAP, tras prospectar la cueva de Castillo, encontró diversos materiales del Paleolítico Superior y de la Prehistoria reciente. No confundamos esta pequeña cavidad con las cuevas del Monte Castillo. Los restos encontrados, además de algunos concheros mesolíticos en pequeñas cavidades próximas, pusieron ya este enclave en el mapa arqueológico de la región. No sería hasta Febrero de 2003 cuando, tras realizar un corte por la construcción de una pista de la concentración parcelaria, se identificó y notificó el hallazgo de la estructura castreña. Es a partir de este momento cuando Eduardo Peralta solicita el permiso para realizar una prospección visual, además del levantamiento topográfico y limpieza del corte citado, dando estos trabajos como resultado los datos que podemos citar en esta sección.
Como todos sabemos, una de las grandes maravillas de la costa cantábrica reside en su quebrado litoral: Grandes plataformas, increíbles espigones y abruptos acantilados modelados por la fuerza del mar. A diferencia de lo que se pueda pensar, muchos de estos enclaves costeros eran el lugar idóneo para el hábitat, ya el bravío Cantábrico ha sido, es y será fuente inagotable de alimento. Esto, unido a las defensas naturales que muchas de las citadas plataformas proporcionaban, convirtieron a la costa de Asturias y Cantabria en un floreciente espacio de hábitat entre Prehistoria y la Edad del Hierro. En nuestra región, tenemos claros ejemplos de castros o poblados costeros en el Castillo de Prellezo (Val de San Vicente), en el malogrado recinto defensivo de Cotolino-Arcisero o en el parking de playa / yacimiento de Punta Pilota, ambos en el municipio de Castro Urdiales.
En el caso concreto de Asturias, la monumentalidad de este tipo de enclaves siempre ha sido mayor que la de Cantabria, observándose aún en nuestros días los restos estructurales en la mayor parte de ellos. Pero en el caso que nos ocupa, acudimos atónitos a uno de los grandes problemas de conservación de este tipo de yacimientos: Los procesos de erosión natural. Esto unido a la desidia institucional, nos lleva a un escenario de destrucción y perdida con demasiados precedentes en cualquiera de las citadas regiones. En Cantabria por ejemplo tenemos claros ejemplos de este tipo de procesos erosivos: Uno de los mayores y más importantes yacimientos del Paleolítico Superior en la cornisa Cantábrica, la cueva de Covalejos, sufre procesos de escorrentía natural incrementados por el desplazamiento de tierras (y materiales prehistóricos) que las cabras que la habitan precipitan hacia un sumidero de kilómetros de profundidad. Más hacia la costa, concretamente en la zona de Rostrio – Santander - nos encontramos nuevamente con la exposición de materiales e industria lítica (en cantidades ingentes) ante la fuerza de las mareas y el mar Cantábrico, que arrastran hacia sus profundidades todo lo que encuentra a su paso.
Esta introducción sobre los procesos de erosión natural, inevitables todo sea dicho, nos ayuda a comprender el grave problema en uno de los castros costeros más maravillosos de nuestro litoral: La Punta del Castiello de Podes (Gozón, Asturias). Este enclave, conocido en los últimos meses por los tira y afloja con la administración, no se libra desgraciadamente de la irrecuperable perdida de materiales arqueológicos en el fondo del mar. Lo más preocupante de todo es que, independientemente de la gravedad del problema, las instituciones hacen oídos sordos a los diferentes llamamientos al respecto. En Septiembre de 2015, el arqueólogo Alfonso Fanjul presentó ante la Consejería de Cultura del Principado un proyecto de prospección del castro cuyo objetivo era evaluar los restos existentes antes de que la erosión del mar pudiera arrastrarlos sin vuelta atrás. En este mismo yacimiento, los precedentes no eran halagüeños, ya que elementos de gran interés arqueológico como un conchero de la Edad del Hierro (con restos cerámicos) habían desaparecido por la fuerza del Cantábrico. Resultado del expediente: Denegado. Fue rechazado argumentado "otras prioridades en la protección del yacimiento" o que "no existía tal emergencia". Una auténtica pena atendiendo a los resultados que podrían obtenerse en un enclave de tal potencial arqueológico.
El castro de Las Varizas (San Felices de Buelna) es otra de las joyas ocultas de la Sierra del Dobra. Como ocurriese con otros recintos fortificados de esta formación montañosa como por ejemplo el castro de Las Lleras, fue protegido de la acción minera de la zona (cantera MITOSA-SOLVAY) gracias a su declaración de Bien de Interés Cultural como figura de Zona Arqueológica. Aún así debemos destacar que en el entorno inmediato al yacimiento, al norte, la actividad de la cantera sigue en marcha, de modo que tal vez sigamos perdiendo parte de nuestra historia sin saberlo..en fin..Situado sobre la localidad de Sovilla a unos 515-530 metros de altura, esta atalaya natural se alza imponente sobre el valle de Buelna, justo en el epicentro del antiguo pueblo de los Blendios. El nombre del castro bien podría relacionarse con las estructuras que remataban el vallado de la muralla existente, de ahí que derive del latín "vara" (madero largo y delgado). De todos modos, existen otras teorías igual de válidas que lo asocian a la avellaneda de la cara norte del yacimiento.
La primera cita de este yacimiento se publica en la prensa en el año 2000, concretamente por Federico Crespo García Barcena. Nativo del valle y concejal de Cultura del Ayuntamiento de San Felices de Buelna, es también conocido por ser quien identifico en primer término el campamento romano del Campo de Las Cercas. Cierto es que lo hizo erróneamente (como castro cántabro) y que fue Eduardo Peralta quien lo asocio correctamente a su origen, pero su nombre ahí queda. Volviendo al castro de Las Varizas, tenemos que destacar que otros arqueólogos como Ramón Bohigas o Pedro Miguel Sarabia tenían conocimiento de las estructuras del recinto incluso antes de su publicación en el año 2000, pero la difusión del mismo públicamente no se produjo, dato que no tiene por qué determinar que no se conociese anteriormente.
El castro de Las Rabas (Cervatos, Campoo de Enmedio) ha sido desde hace décadas un referente en el conocimiento de la antigua Cantabria prerromana. Desde las primeras excavaciones realizadas por el equipo de Miguel Ángel García Guinea en 1968-69 (incluso antes) se sabe de la gran importancia del mismo, aportando hallazgos y materiales de incalculable valor arqueológico e histórico. Situado a unos 997 metros sobre el nivel del mar, al noroeste del pueblo de Celada Marlantes, el castro de Las Rabas tiene unas características muy peculiares. A diferencia del Monte Bernorio o del Monte Ornedo, no tiene una amplitud visual que permitiese poder tener controlada una vasta llanura. Su importancia fue más bien "estratégica" que "visual", ya que son dos términos que, aun pareciendo ligado siempre, pueden tener sus matices. La importancia del castro de Las Rabas estriba en el control de una de las vías de acceso naturales entre la Meseta (a través del puerto de Pozazal) a la cuenca de Reinosa y por lo tanto a las vías de acceso a la costa. Esta última circunstancia nos lleva pensar que en sus orígenes pudo estar concebido para tener una función meramente "comercial" más que militar.
Según se cree, el castro se extiende sobre una superficie aproximada de 10 hectáreas, aunque no se sabe a ciencia cierta debido a que no existen “delimitaciones” claramente definidas. Respecto a su cronología, hasta hace no mucho tiempo había informaciones dispares. Se realizaron dataciones aproximadas en base a los objeto encontrados en las diversas excavaciones arqueológicas, creándose un amplio espectro temporal entre los siglos IV a.C y el I d.C. Por ejemplo, García Guinea y Rincón dataron el castro en el siglo III a.C, sobre todo basándose en los resultados de sus excavaciones y cotejándolos con los objetos similares aparecidos en Numancia. En otra vertiente se situaron otros arqueólogos como Moret, que lo enmarcaba no más allá del siglo II a.C, o Bolado del Castillo y Fernández Vega que en base a sus últimas actividades en el mismo lo sitúan entre el siglo IV/III a.C y el I a.C.
Respecto al final del castro de Las Rabas existen varias teorías, ya que la datación realizada en varios materiales indica que incluso antes de la llegada de los romanos pudo ser asediado o destruido en alguna ocasión. Debemos que tener en cuenta que la antigua Cantabria era un lugar donde los problemas sociopolíticos entre las tribus del norte eran más que frecuentes. Otra de las teorías (de las más aceptadas) es que, el castro de Las Rabas fue tomado y destruido en el avance de las tropas romanas lideradas por Antistio durante el año 25 a.C. en el transcurso de las Guerras Cántabras. Resulta ineludible pensar en esta secuencia lineal (Monte Bernorio, Monte Cildá, Monte Ornedo y por último castro de Las Rabas) de destrucción hacia el interior de Cantabria.
Es en definitiva, el castro de Las Rabas es una de las joyas de nuestra región y una fuente inagotable de objetos y hallazgos relacionados con la “Cantabria” prerromana. Desde Regio Cantabrorum queremos hacer también una mención especial a las arqueólogos Pedro Ángel Fernández Vega, Rafael Bolado Del Castillo, Joaquín Callejo Gomez y Lino Mantecón Callejo por su increíble trabajo de campo en los últimos años, los cuales nos ha permitido escribir esta humilde sección.
El castro de Campo Ciudad (Cistierna - León) sigue siendo al día de hoy una autentica incógnita. Desde su descubrimiento el 23 de Marzo de 2012 poco o nada se sabe del mismo, ya que a parte del estudio visual y estructural sobre el terreno, no se ha llevado a cabo ningún tipo de prospección arqueológica hasta el momento. De hecho, hasta la puesta en escena del mismo ha sido un tema de controversia, ya que sus descubridores, los historiadores Siro Sanz y Eutimio Martino, ni siquiera fueron citados en la carta arqueológica del Servicio Territorial de Cultura. Todo esto basando dicha publicación en un estudio redactado por ellos mismos unos meses después de su descubrimiento..en fin.
El castro se esta ubicado en la cara sur del macizo de Peñacorada unos 1.481 metros de altitud y se encuentra rodeado por el Pico Corberto (1.679 m) al Norte, por Peñacorada (1.831 m) al Este y por el pico Valdelagua (1.551 m) al Oeste. Esta ubicación es conocida desde hace cientos de años, pudiendo observarse en las fuentes escritas citas directas sobre este lugar. La referencia más antigua se encuentra en un documento de 1182, donde Fernando II concede a la iglesia de Santo Tomas (Santiago de Compostela) el realengo de Quintana de la Peña. En dicho escrito se citan numerosos términos de Peñacorada, entre los que se distingue “Civitatem” - ciudad en latín. Otro claro ejemplo es un pleito entre el concejo Valle de las Casas y Almanza (año 1542), donde ya se hace referencia directa a Campo Ciudad en la forma actual.
Es imposible pasar por la autovía A-231 entre León y Burgos y no fijarse en el imponente cerro ubicado al lado de la conocida localidad de Sasamón. Allí, repleto de terrazas agrícolas y quien sabe si de otra índole, el cerro Castarreño fue testigo directo del rodillo militar que se dirigía hacia la Cantabria antigua para así escribir uno de los capítulos más importantes de nuestra historia. Y no como "actor secundario" dado que se comienzan a instaurar cada vez con más fuerza los argumentos (y sobre todo los hallazgos) necesarios para establecer aquí el antiguo oppidum túrmogo de Sesigama e igual de importante: Se estrecha el círculo a sus pies para delimitar de una vez por todas el campamento romano donde se instaló el emperador Augusto en su guerra contra los cántabros en el año 26-25 a.C., tal y como queda reflejado en las fuentes clásicas de Floro y Orosio.
Ya desde el siglo XIX, diferentes autores han estudiado en mayor y menor medida (y con mayor y menor acierto) la posible ubicación de la Sesigama prerromana. En 1832 Juan Agustín Ceán Bermúdez la incluye en su "Sumario de Antigüedades", ubicándola en el extrarradio de la actual Sasamón y confundiendo por aquel entonces los hallazgos y restos de la Sesigamo romana con la citada ciudad prerromana. Ya en el siglo XX, Adolf Schulten comete el mismo error ubicando Sesigama prerromana bajo la actual Sasamón. Durante la década los años 70 y 80, diferentes arqueólogos e investigadores como Juan Antonio Abásolo o Ignacio Ruiz Vélez ya van "alejando" el poblamiento prerromano de Sesigama de la actual localidad de Sasamón, acertando de pleno en la contextualización de diferentes enclaves de la Edad del Hierro en la zona y acercándose al cerro Castarreño. Antes del actual estudio (del que luego hablaremos), el año 1998, David Sacristán de la Lama incluye "El Alto de Solarea" (nombre con el que también es conocido el cerro) como enclave de la II Edad del Hierro en el Primer Congreso de Arqueología Burgalesa.
No cabe duda de que el cerro Castarreño esconde un potencial arqueológico enorme que durante estos años está saliendo muy poco a poco a la luz. Si subes a lo alto del mismo te darás cuenta enseguida que es el lugar idóneo para controlar el territorio y un sitio excepcional para albergar un gran oppidum dada su cima amesetada de gran extensión. Un enclave que vivió de primera mano como la columna militar romana avanzaba a sus pies hacia la conquista del territorio de los antiguos cántabros.
El castro de Retorín (Seña-Tarrueza, Cantabria) es otro gran candidato a ser estudiado en el futuro, ya que en nuestros días y al igual que yacimientos como el castro de El Cincho, se encuentra entre un frondoso encinar cantábrico que hace impracticable actividad alguna. La gran diferencia respecto al castro citado es que Retorín, aún sin ser un enclave donde se haya practicado intervención arqueológica alguna, ha sido prolífero en cuanto a materiales hallados en superficie. Y todo partiendo de la base de que, en efecto, si se ha realizado algún tipo de "excavación" para sacarlos a la luz, pero por unos arqueólogos algo diferentes: Los topos. Y no, no estoy bromeando, ya que aun siendo una circunstancia peculiar puede ocurrir como bien experimenté de primera mano en el oppidum de Monte Bernorio, donde aparecían materiales en las pequeñas montoneras de tierra tan típicas de su actividad.
Volviendo al yacimiento, se encuentra ubicado junto a la localidad de Seña, entre los municipios de Limpias y Laredo. Su privilegiada situación, en la margen oriental de la desembocadura del Rio Asón-Gándara, y su morfología cónica hicieron de este alto un punto ideal para un posible asentamiento. Fue descubierto por Fernando Valentín Pablos Martínez en 2004 en el transcurso de una ruta de senderismo. Ya entonces se atisbo el potencial arqueológico de Retorín, sobre manera por la citada concentración de materiales en superficie, por lo que fue comunicado a la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria. Tras la entrega y posterior catalogación de las piezas en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, en Febrero de 2005 se contrasta la noticia por el arqueólogo Pedro Rasines del Río, incluyéndose dos meses más tarde en el INVAC (Inventario Arqueológico de Cantabria) con categorización de asentamiento al aire libre. En 2006, gracias sobre manera a la iniciativa del arqueólogo Jesús Ruiz Cobo, se publica el primer artículo relacionado con el castro de Retorín en la conocida Revista Sautuola número XII, dando esto lugar a pensar en la potencia arqueológica del enclave aún sin haber sido excavado. Desgraciadamente desde entonces poco o nada más se sabe de este increíble y misterioso lugar a nivel científico, del que seguiremos esperando expectantes alguna novedosa noticia.
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