El castro de La Loma (Santibañez de la Peña, Palencia) es el mayor exponente en cuanto al conocimiento sobre las guerras cántabras se refiere. Hasta el momento es el castro más importante aparecido en la comarca del Alto Carrión, y se sabe que estuvo ocupado durante la IIª Edad del Hierro por una comunidad de cierta importancia. La gran cantidad de vestigios aquí encontrados además del valor arqueológico del conjunto del yacimiento, no solo del castro sino de los campamentos romanos que lo rodean, hacen de este lugar un enclave único. Fue hallado por el conocido investigador reinosano Miguel Ángel Fraile en el año 2003, siendo posteriormente excavado por una de las eminencias en el mundo de la arqueología en nuestra región: Eduardo Perarlta Labrador. En este sentido debemos destacar que muchos de los yacimientos relacionados con las guerras cántabras, como el castro de La Loma, "salen a la luz" a principios de este milenio, siendo además excepcionales escenarios en la investigación de la época prerromana y romana en el territorio de los antiguos cántabros.
Situado a unos 1.124 metros de altitud, el castro de La Loma posee una extensión aproximada de unas 10,18 hectáreas, superficie que denota su importancia como "oppidum". De hecho, muchas de las teorías existentes hasta este momento apuntan a que el castro de La Loma pudiese haber sido la capital del pueblo cántabro de los Camáricos (o Tamáricos según la fuente). El geógrafo romano Ptolomeo ya ubicó en el siglo II d.C. la capital de este pueblo, Camárica, en la zona meridional de la antigua Cantabria. Este dato, junto con la aparición de varias inscripciones romanas en localidades palentinas relativamente cercanas (Ruesga y Dehesa de Montejo) referente a la ciudad de Camárica y alimentado por la fuerte presencia militar y datos de asedio del castro, hacen pensar que La Loma pudiese ser la capital de este conocido "populus cántabro". De todos modos, hasta que no existan datos arqueológicos concluyentes, esta afirmación no deja de ser una teoría con muchos fundamentos a favor y otros en contra. No olvidemos que Ptolomeo la cita en el siglo II d.C., momento en el cual es más que probable que el castro de La Loma estuviese totalmente arrasado y extinto tras las diferentes campañas de las guerras cántabras.
Independientemente de que fuese o no Camárica, de lo que no cabe la menor duda es de la importancia de este "oppidum". Su punto más accesible se encuentra en el sector nordeste y norte, siendo el suroeste y sureste su sección mejor "protegida" por los accidentes geográficos, ya que se encuentra parcialmente acantilado hacia el estrechamiento de la Hoz donde se unen los ríos Valdivia y Las Heras y el arroyo de San Roman. Es en el primero de los sectores (nordeste/norte) donde se encuentra uno de los puntos más impresionantes de todo el yacimiento: el derrumbe la muralla. Por la cara externa de la misma alcanza más de doce metros de altura desde la cima hasta la base del terraplén, completándose la misma con un foso exterior en V de cuatro metros de anchura por otros tantos de altura tallados en el subsuelo rocoso. Hasta el momento, esta obra de gran envergadura no ha sido documentada en ningún otro castro del antiguo territorio cántabro. Ya no solo nos da a entender que el castro de la Loma fuese un gran poblamiento indígena, sobre todo por la gran cantidad de mano de obra necesaria para su construcción, sino que para arrasarlo completamente fuese necesario un contingente romano de enormes proporciones.
Como bien explicábamos anteriormente, el castro de La Loma es uno de los que más informaciones aportan en el contexto de las guerras cántabras por los materiales allí encontrados. Los trabajos arqueológicos se han centrado básicamente en el estudio de las estructuras defensivas situadas frente al campamento romano principal (del que hablaremos posteriormente), en sondear la segunda línea de muralla interna y en excavar un corte de la pista agropecuaria moderna. Esta zona, utilizada a modo de "vertedero", ha aparecido abundantes materiales arqueológicos como abundantes restos de fauna, una fíbula geométrica zoomorfa con anillas, unas plaquitas, una aguja de bronce, una navaja de afeitar con cachas de hueso, materiales cerámicos, etc. Cabe destacar que todos los materiales encontrados son de finales de la IIª Edad del Hierro.
El sector que se ha excavado con mayor amplitud ha sido la esquina en ángulo de la muralla (situada también frente al campamento romano principal), concretamente en la cara interna de la misma. Este es el punto que mayor información ha aportado en cuanto a materiales se refiere, ya que posee once unidades estratigráficas donde se han encontrado decenas de evidencias. Los restos más "superficiales" proporcionaron restos de fauna, mangos de cuchillo de asta de ciervo, fichas de juego, objetos metálicos de bronce y hierro y
Como bien hemos comentado previamente, el contingente romano que arraso el castro de La Loma debió ser increíblemente grande. De ello dan fe las diferentes estructuras campamentales y auxiliares que flanquean el perímetro del castro. Al sudeste del oppidum se encuentra el campamento principal, el cual se extiende imponente sobre aproximadamente 5,9 hectareas. En la actualidad es visible gran parte de su perímetro defensivo, formado por un agger o aterrazamiento de tierra y piedra. La planta del mismo es ovalada, adecuándose perfectamente a la orografía del terreno. Se ha documentado en el mismo una puerta en clavícula interna, recurso militar muy conocido y extendido en gran parte de los campamentos romanos desde la época cesariana hasta mediados del siglo II d.C. Verdaderamente tuvo que ser impresionante ver desde el castro como el ejército romano construía esta estructura a escasos 100 metros del acceso a La Loma. Una imagen cuanto menos inquietante y perturbadora para sus moradores.
Pero esto no es todo, ya que el dispositivo de asedio romano se apoyaba en otros dos castra minora o castella (campamentos auxiliares) al oeste del poblado fortificado. Además, en los altos inmediatamente próximos de La Loma (situados al otro lado de La Hoz) se alza otro campamento de pequeñas dimensiones de planta ovalada, del cual sale un agger rectilíneo que protegía la retaguardia de las tropas aquí acampadas.
Se creé por último que en las zonas llanas situadas al pie del castro también puede haber indicios del cerco romano y el asedio, pero al ser zonas agrícolas ya explotadas no se han encontrado evidencias al respecto.
Gracias a las intervenciones arqueológicas y a la interpretación de los materiales allí encontrados, se sabe que la gran mayoría de los combates se produjeron en la esquina en ángulo de las murallas del castro, situadas justo en frente del campamento romano principal. Independientemente de las decenas de "clavi caligae" allí encontradas, se han encontrado numerosísimas puntas de fecha de hierro en la cara exterior del derrumbe de la muralla en ese punto. Ese es el punto de mayor concentración, pero debemos de comentar que en todo el yacimiento se han encontrado más de 400 puntas de fecha, lo que hace que la colección de La Loma sea la más completa conocida hasta hoy. En el interior del castro, en esa misma vertiente pero esta vez al interior de la muralla, se ha documentado un gran incendio y un nivel de destrucción importante en la muralla. Se cree que el ejército romano focalizó gran parte de su esfuerzo en inutilizar la estructura defensiva en este punto, ya que se puede constatar que la muralla fue destruida hasta los mismísimos cimientos.
No obstante también existen evidencias de que los antiguos pobladores de La Loma se defendieron férreamente. Son varias las puntas de flecha encontradas en el interior del campamento romano, así como tres proyectiles de catapulta con la punta doblada (uno de ellos todavía hincado en el suelo). El ángulo de este proyectil, proveniente del castro, y la "rareza" del hallazgo hacen pensar que los pobladores de La Loma se hiciesen en algún momento con una catapulta tipo"scorpio" capturada al enemigo y que la utilizasen contra el ejército romano.
Realmente no se sabe cuánto tiempo duró el asedio como tal, pero se cree gracias a las investigaciones que los antiguos cántabros no fueron reducidos por hambre (como los numantinos), sino que el ejército romano tuvo que expugnar el castro a través de una fuerza militar descomunal.
Todos podemos disfrutar del castro de La Loma, ya que aún sin ser un yacimiento visitable (refiriéndonos a un arqueo-sitio como tal) podemos recorrerlo a píe. Desde Regio Cantabrorum te pedimos que respetes el yacimiento, los campamentos romanos y su entorno, ya que es deber de todos mantener viva la historia de Cantabria y Palencia.
El castro de Llan de la Peña (Dobarganes, Vega de Liébana) es sin lugar a duda uno de los mejores exponentes de la cultura castreña en la zona lebaniega, me atrevería a decir incluso que el más destacado. Pensemos por un momento en la visión tradicional que tenemos muchos de nosotros sobre un castro cántabro. Rápidamente nuestra imaginación "vuela" hasta el castro de Las Rabas, Monte Ornedo, La Ulaña o Monte Bernorio, yendo incluso mucho más allá e imaginando un escenario virtual de las Guerras Cántabras en este contexto..pues Llan de la Peña, aun siendo totalmente diferente (como veremos a continuación) cumple con esa idealidad que tenemos sobre la Edad del Hierro y la romanización. Eso sí, adaptado a un territorio mucho más hostil y abrupto e inaccesible que en los citados ejemplos.
El yacimiento fue descubierto por Ángel Ocejo a finales del siglo pasado (año 1979), encontrándose acompañado en el momento del hallazgo e identificación por Gonzalo Gómez y C.Herrero. Pasarían tan solo dos años hasta que apareciese la primera noticia, en prensa local, sobre la aparición de este castro prerromano. En este artículo se incluiría además la "primera planta" del recinto, la cual sería realizada por al propio Ocejo, Ramón Bohigas y T. Brigido. Habría que esperar hasta el año 1988 hasta que el castro de Llan de La Peña apareciese nuevamente publicado, esta vez en el número V de la revista Sautuola. Sería en esta última donde se incluyesen aspectos más detallados sobre las prospecciones realizadas, incluso los resultados de algún sondeo practicado. Destacar que sería incluido como yacimiento de tipo castro en el Inventario Arqueológico Regional realizado entre los años 2008 y 2009.
Entre los arboles de una inmensa plantación forestal, a cerca de 1.000 metros de altitud, se encuentra otro de los ejemplos del abandono que sufren muchos de nuestros yacimientos por los que tanto nos gusta rasgarnos las vestiduras y así hablar de los antiguos cántabros y nuestra heredada valentía: El castro de Lerones (Cabezón de Liébana, Cantabria). Se encuentra situado sobre la localidad que le da nombre, concretamente sobre una elevación del cordal que desciende de la Sierra de Peña Porrera. Esta atalaya natural domina gran parte del valle de Pesaguero, por lo que se creé que pudo tener un papel clave a la hora de controlar la entrada en Liébana desde el valle de Polaciones o incluso desde la meseta a través de Piedrasluengas.
El recinto fue descubierto a finales del siglo pasado, concretamente en el año 1991, por Gonzalo Gómez de Casares, quien acompañado por Angel Ocejo, Raúl Molleda y Manuel Bahillo identificó las estructuras correspondientes. Posteriormente sería citado como castro por arqueólogos de renombre como Eduardo Peralta Labrador y Enrique Muñoz, aunque siempre de un modo simplificado debido a que no existen investigaciones ni estudios sobre el mismo. En los últimos años, el castro de Lerones ha pasado a formar parte del INVAC (Inventario Arqueológico de Cantabria).
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