La cueva o abrigo de El Puyo (Miera, Cantabria) es uno de los referentes arqueológicos de nuestra región en cuanto a necrópolis de incineración, concretamente de la II Edad del Hierro. Oculta entre la arboleda, ha visto pasar siglos y siglos desde su escarpada atalaya, manteniéndose apenas alterada hasta estas últimas décadas. En muchas ocasiones fruto del desconocimiento de la gente del valle del Miera, quienes la han utilizado para guarecer el ganado, o incluso como refugio en la Guerra Civil..y otros tantos que siendo conocedores del valor de sus entrañas y buscando algo más que abrigo, ha sido alterada sin vuelta atrás..una auténtica pena. Aun así, el estado del yacimiento es más que aceptable en nuestros días. Se encuentra ubicada en un pequeño valle al que se cree que dio nombre, en su ladera derecha y a un centenar de metros de altitud sobre el fondo del mismo. Se cree que el sobrenombre de "El Puyo" viene dado porque en el centro del abrigo nos encontramos con un enorme bloque de piedra que se encuentra rodeado por un amurallamiento de pequeñas dimensiones, a modo de asiento corrido que lo rodea. Existe la teoría bastante extendida de que el nombre de la cueva lo dio esta estructura y que por ser el elemento más llamativo y emblemático del entorno, también pasó a dar nombre al valle donde se ubica.
Fue descubierta por Virgilio Fernández Acebo en el año 1976, notificando de inmediato su existencia al Museo Regional de Prehistoria, actual MUPAC, y entregando una pequeña muestra de materiales prehistóricos hallados en superficie además de varias fotografías de las estructuras en el abrigo y un croquis de su disposición. Años después, en 1981, la cavidad fue revisada por varios miembros del CAEAP quienes reafirmarían el carácter arqueológico de la misma. Pocos años después, miembros de este mismo colectivo, de la Sociedad de Espeleología del Seminario Sautuola (SESS) y el mismo Virgilio Fernández y Emilio Muñoz (como coordinadores de campo), comenzaron una intervención arqueológica que sacaría a la luz el carácter funerario del yacimiento, adscribiéndose sus túmulos a la Edad del Hierro y comenzando así un largo recorrido de excavaciones e intervenciones de gran calado. Como apunte a destacar, esta actividad fue financiada por el grupo SESS y por los propios participantes. Los citados resultados, junto con la potencialidad del yacimiento a nivel prehistórico (con un rico paleolítico en niveles superiores) serían publicados años más tarde por el Colectivo para la Ampliación de Estudios de Arqueología Prehistórica (San Miguel, Muñoz, Fernandez y Serna. 1991: 159-191).
A mediados de la década de los 90, investigadores de renombre como Eduardo Peralta Labrador visitaron el yacimiento, coincidiendo su estancia con el único hallazgo metálico significativo conocido hasta nuestros días: Se trata de un fragmento de fíbula de torrecilla decorado (ver en la imagen). En los últimos años los miembros del gabinete de arqueología y gestión cultural GAEM Arqueólogos se han encargado de redactar la ficha a incluir en el Inventario Arqueológico de Cantabria (INVAC), quienes además detallaron que la cavidad se encuentra en un estado bastante estable respecto a décadas atrás.
Quedan aún muchos interrogantes alrededor de la cueva de El Puyo, como por ejemplo donde se encontraba el asentamiento que la "nutrió" de túmulos y elementos funerarios. Tras la identificación del yacimiento se realizaron pequeñas salidas de campo que de un modo infructuoso no dieron con la respuesta buscada. Solo en la ladera opuesta de El Puyo se encontró un pequeño lomo y otros pequeños indicios de muros y estructuras antiguas, aunque no convencieron. Mucho queda por descubrir en torno a un enclave que durante un cuarto de siglo fue la única necrópolis de la Edad del Hierro conocida en Cantabria.
La cueva de El Puyo (su boca en este caso) se encuentra orientada hacia el norte, circunstancia que unida a su inexistente control visual y a la ausencia de rallos de sol en la mayor parte del año hacen que sus condiciones de habitabilidad fuesen nulas en la antigüedad. Por el contrario, hacían de este inmenso abrigo el lugar idóneo para actividades de tipo religioso o funerario, como así fue. La superficie de todo el recinto, incluyendo el área exterior delimitada por muretes (tal y como se aprecia en la imagen), tiene un total de 1.500 m2. Al llegar al abrigo, se pueden distinguir perfectamente varias estructuras o elementos:
Entre los materiales encontrados, podemos hacer una pequeña división basada en si fueron hallados en superficie o en alguna de las intervenciones arqueológicas realizadas.
Todos podemos disfrutar de la cueva de El Puyo, ya que aún sin ser un yacimiento visitable (refiriéndonos a un arqueo-sitio como tal) podemos recorrerlo a píe. Desde Regio Cantabrorum te pedimos que respetes el yacimiento y su entorno, ya que es deber de todos mantener viva la historia de Cantabria.
El posible castro de Pico del Hacha (Laredo-Limpias, Cantabria) es un yacimiento sobre el que sobrevuelan aún varias incógnitas. Y eso teniendo en cuenta que sobre él se han realizado varias intervenciones y prospecciones que, si bien han aclarado gran parte de su pasado, dejan en el aire su atribución cronología exacta. ¿Un castro de la Edad del Hierro?, ¿Una estructura defensiva medieval? ¿Una elevación para una antena de telefonía móvil?. Con certeza estamos ante todas ellas, sobre todo de la última. Para situarnos, el Pico del Hacha se ubica en las inmediaciones de la desembocadura del río Asón, concretamente entre los municipios de Laredo (en su vertiente norte) y Limpias (fachada sur). La primera referencia al enclave la encontramos en un documento del siglo XVII, donde se cita la presencia de una fortificación en dicho lugar: "media legua de Trincheras Reales en la eminencia de la Cruz del Hacha", reiterándose en varias ocasiones (Hierro Gárate, 2007: 87).
El yacimiento como tal fue descubierto por I. Castanedo y B. Malpelo en el año 2000, en el transcurso del seguimiento de Impacto Arqueológico motivado por la instalación de antenas de telefonía en el lugar. No obstante, se tiene constancia de varias intervenciones arqueológicas en los años 90 sin que su resultado trascendiese o tenga documentación alguna. En el año 2006 vuelve a ser noticia al ser incluido por José Ángel Hierro Gárate en su estudio de impacto agresivo "Reflexiones tras la destrucción de un yacimiento: el caso del Pico del Hacha y la necesidad de un Inventario General del Patrimonio Arqueológico", tras el cual pasa a ser incluido en el INVAC por el mismo autor con la categorización de "Asentamiento al aire libre" y con una propuesta de adscripción cronológica en la Edad del Hierro (Hierro, 2007: 85). En 2007, en el marco de un programa de vigilancia arqueológica fruto de las obras de urbanización del Plan Parcial Peñaflor, se lleva a cabo la primera intervención arqueológica sobre sus estructuras defensivas. Consiste en el desbroce y posterior cata de desescombro de un tramo de muralla para intentar aclarar su origen como veremos a continuación.
Independientemente de las posibles dudas respecto a las etapas o épocas del asentamiento, el yacimiento del Pico del Hacha es un claro exponente de que en muchas ocasiones (por no decir en todas), los intereses económicos pasan por encima de cualquier informe o seguimiento de impacto arqueológico. En nuestra región tenemos casos donde, una vez conocido el valor histórico de un enclave y su entorno, se instalan elementos como canteras, antenas de telefonía móvil, parques eólicos (véase el molino de Vestas en el entorno de Las Rabas) y un sinfín de despropósitos similares..otro más a la lista.
Descubierto por Félix González Cuadra en 1972, el castro de la Peña de Sámano (Castro Urdiales) es uno de los poblamientos prerromanos más imponentes de la costa oriental cántabra. Esta increíble atalaya natural albergo hace siglos un recinto castreño de aproximadamente 10 hectáreas, el cual se cree que fue poblado por el pueblo de los autrigones. Esta tribu prerromana fue situada por Ptolomeo entre los ríos Asón (Cantabria) y Nervión (País Vasco), indicando que su territorio limitaba con el de los caristos por el este y los cántabros por el oeste. Otros historiadores como Plinio el viejo citaba "entre las diez ciudades de los autrigones" Tritum (Monasterio de Rodilla) y Virovesca (Briviesca), ambas en Burgos, lo que nos da a entender el amplio territorio que ocupaba esta tribu de norte a sur entre los territorios de cántabros y caristos.
Volviendo al castro en sí, combina a la perfección la fortificación mediante grandes murallas de más de 2 metros de alto con el aprovechamiento de los accidentes naturales de la peña. En lo alto del mismo han podido distinguirse vestigios de una pequeña organización urbana, observándose resto de edificaciones de planta rectangular (con las esquinas redondeadas eso sí) y pequeñas estructuras de planta ovalada. Destacar que justo en el centro del área de hábitat del poblado se ubica la conocida como Cueva de Ziguste. En las excavaciones y posteriores investigaciones realizadas por el equipo de R. Bohigas y por M. Unzueta se menciona también la posible existencia de una organización estructural del poblado, atisbándose cierto "urbanismo" en la ejecución y construcción del mismo por parte de sus moradores. Presenta dos accesos principales. Uno denominado la "Puerta de Sangaza" (al norte) y otro denominado como "Puerta del Vallegón" (al oeste), ambas combinando ensanchamientos de muralla y pasillos estrechos para regular y controlar el paso al interior del recinto.
Nos adentramos hoy en el territorio que, tanto Pomponio Melo en primera instancia como Plinio el Viejo posteriormente, atribuyeron a la tribu cántabra de los autrigones. Estamos en uno castro que, aun dando a entender su gran tamaño (ocupa unas 10 hectáreas, uno de los más grandes de Burgos) la más que posible importancia del mismo, apenas has sido estudiado. Tanto Ramón Bohigas, quien documento a finales del siglo XX cerámica a mano (decorada), como Eduardo Peralta Labrador en su obra "Los Cántabros antes de Roma" (2003) citan este maravilloso enclave que además atesora una enorme belleza paisajística.
Todo ello unido a que el castro de Brizuela posee dos épocas de ocupación principalmente documentadas: La Edad del Hierro y La Edad Media, sin tener la certeza material (al menos publicada) de ocupaciones intermedias. Existe una hipótesis respecto al bajo o nulo nivel de destrucción de las estructuras que han llegado a nuestros días, lo que puede llevar a pensar que en época romana y visigoda pudiese tener ocupación y continuidad. Hablando de "destrucción" como asedio por incendio o confrontación bélica por ejemplo, evidentemente las estructuras están derrumbadas por el paso de los siglos. Además, se hace referencia al hallazgo fortuito de monedas romanas a los pies del cerro, en tierras de labranza. O incluso a una de las puertas de acceso que aun hoy se conserva en el cierre Oeste. Todo ello nos hace pensar en su posible ocupación en época romana, pero no existe la certeza material. Ya en el año 1011 se hace referencia a "Villa Castro", y por ejemplo en el Becerro de las Behetrías (documento del año 1352) se sitúa a Brizuela en la Merindad de Aguilar de Campoo perteneciendo a la Merindad de Castilla Vieja. En el interior del castro se han encontrado cerámicas de esta última época, lo que constata presencia humana en el medievo.
En definitiva, todo nos lleva a pensar que el castro de Brizuela oculta aún más secretos de los que realmente sabemos. Incluso la zona, que en los últimos años está dando mucho que hablar en relación a nuevos enclaves relacionados con las "Guerras Cántabras", será uno de los lugares muy a tener en cuenta si pueden ser estudiados en el futuro.
El castro de Los Peños se sitúa entre las localidades de Fontecha y Fresno del Río (Campoo de Enmedio), concretamente en una elevación que domina un amplio territorio hacia el sur. Sus características tipológicas (fortificación amurallada) y su emplazamiento en altura (entre los parajes de "Arvejales" y "El Castro"), unido a su posición estratégica citada en el párrafo anterior, hacen de él un enclave castreño por antonomasia. Como veremos más adelante, no es un yacimiento que impresione ni por su tamaño ni por la grandiosidad de sus estructuras, pero esto no quiere decir que no tenga relevancia histórica. Fue descubierto por el arqueólogo e investigador Ramón Bohigas Roldán en la década de los años 70 del siglo pasado, aunque la primera referencia escrita sobre el mismo se produce 20 años después por tanto por su descubridor (1990: 120) como por Miguel Ángel Fraile (1990: 128-129, 627), quien lleva a cabo una recogida de materiales en superficie en la década de los 80. En este sentido destacaría la presencia de cerámicas a mano y algún fragmento de molino de arenisca, aunque no existe documentación alguna sobre los mismos a parte de la cita.
Respecto a su cronología, Fraile y Bohigas lo atribuyen a la Edad del Hierro sin más detalles, si bien es cierto que poco se puede hacer a este respecto sin intervención alguna o sin la presencia de materiales que puedan reducir este arco temporal. En este planteamiento tanto Eduardo Peralta Labrador como Emilio Muñoz (1993: 61-62, nº 17) son de la misma opinión.
En muchas ocasiones asociamos de manera inconsciente la importancia de un castro por su extensión total. Evidentemente los hallazgos materiales también aportan un estatus mayor o menor, pero a veces parece que la superficie marca de manera inequívoca la posibilidad de albergar un gran número de casas y personas, por lo tanto de magnificar su simbología. Curiosamente, en el caso que nos ocupa, nos encontramos con un recinto de dimensiones reducidas, de ubicación y metodología constructiva un tanto extraña y enigmática. Es por esto (y por otros motivos que veremos a continuación) por lo que estamos ante uno de los enclaves castreños más importantes de Asturias. Tanto su emplazamiento, enclavado en un risco de topografía inusual, como la desproporción entre sus potentes murallas y el pequeño recinto que protege, nos dan a entender que era un lugar especial. Y no solo eso, en su interior además del número de cabañas que albergaba (tanto circulares como rectangulares), nos encontramos con dos saunas castreñas similares a las descubiertas en Coaña..algo tiene el castro de Pendia para albergar dos de estos edificios cuando en la totalidad de Cantabria solo se ha encontrado uno de ellos (Sauna de Monte Ornedo, Valdeolea).
Las primeras noticias sobre el castro de Pendia se remontan al año 1898. Por aquel entonces Bernardo Acevedo y Huelves realiza una primera aproximación de yacimiento: "..una colina cercada en lo antiguo con muralla seca a pizarra, afectando la forma de anfiteatro..". Años más tarde, en 1929, Alejandro García Martínez ampliaría la primera descripción de un modo más detallado y conciso, comenzándose las excavaciones pocos años después (1934) por un vecino de Boal, José Artime. Serian Antonio García y Bellido y Juan Uría Ríu quienes a partir de 1940 excavarían de forma simultanea tanto en Pendia como en Coaña, dejando a la vista gran parte de la maravilla que conocemos en nuestros días. A partir del año 1999 se reactivarían las intervenciones dentro del Plan Arqueológico de la Cuenca del Navia con el objetivo final de consolidar las estructuras y seguir investigando las mismas. Desde 2003 y hasta la actualidad, habitualmente en periodo estival y no siempre de un modo continuo, se realizan diversos trabajos de excavación, restauración y conservación bajo la dirección de Ángel Villa Valdés y Fernando Rodríguez del Cueto. Destacar en este apartado que fue declarado Monumento el 26 de Enero de 1981.
No cabe duda que nos encontramos ante uno de los castros más espectaculares y prolíferos de toda la región. Es por ello por lo que las visitas y el atractivo turístico del mismo ha aumentado de manera significativa durante desde hace décadas, haciendo de Pendia un destino obligado si queremos conocer más sobre el antiguo territorio de Regio Cantabrorum. Todo un ejemplo para las instituciones cántabras, mucho más ocupadas en promocionar la prehistoria regional y dejando totalmente de lado los yacimientos relacionados con la Edad del Hierro.
El castro de Los Baraones (Valdegama, Palencia) es otra de las joyas de la Edad del Hierro del norte de Palencia junto con el conocido Monte Bernorio. Están situados estratégicamente uno frente al otro, separados por el valle del rio Lucio y a unos 6 kilómetros de distancia en línea recta. Increíblemente, aun habiendo avances en la investigación e interpretación del norte de Palencia en esta época, son pocos los yacimientos sobre los que se han hecho estudios concluyentes exceptuando estos dos castros (sobre manera en Monte Bernorio). Este dato es más que llamativo, ya que ambos han arrojado infinidad de evidencias arqueológicas que nos muestran la importancia de este territorio desde la Edad de Bronce hasta pasadas las Guerras Cántabras.
Centrándonos en el castro de Los Baraones, fue dado a conocer en el año 1979 como poblado de la Edad del Bronce dentro de la obra "La montaña palentina, Tomo I - La Lora", cuyo autor es Gonzalo Alcalde Crespo (erróneamente citado como G. Alcalde del Rio en las publicaciones sobre el castro). No sería hasta el año 1986 cuando comenzasen las excavaciones en el mismo de la mano de Magdalena Barril Vicente y su equipo, los cuales realizarían cinco campañas (hasta el año 1990) que aportarían increíble valor histórico al yacimiento. El nombre del castro viene dado por una serie de terrazas donde se asienta gran parte del mismo, conocidas como "los cintos de Los Baraones". La extensión y morfología actual de los Baraones dista bastante de muchas de las estructuras fortificadas cercanas que hoy conocemos, bien definidas por derrumbes de muralla o por la orografía de las cimas donde se asientan (véase el Monte Cildá, Monte Bernorio, Peña Amaya, La Ulaña, etc). El asentamiento se sitúa sobre tres grandes áreas:
El asentamiento como tal se ha estudiado principalmente en los dos primeros "sectores", ocupando estos una extensión aproximada de 10 hectáreas. Aunque no debemos ni mucho menos olvidar el tercero de ellos (Valseca), donde se han documentado en prospección otras 2 Ha que no fueron excavadas pero de las que se tiene conocimiento sobre su gran valor arqueológico como veremos más adelante.
El castro de Espinilla es uno de los máximos exponentes en Cantabria…de como NO hay que hacer las cosas. Es uno de los tantos ejemplos que recorren nuestro territorio de Norte a Sur y de Este a Oeste, siendo el más reciente (y sangrante) el caso de la Huerta de Quintana en Suances. Por que el problema, nada tiene que ver con el interés o no sobre la arqueología. O con que si "los amigos de las piedras" frenan con sus alegatos el avance de las nuevas construcciones. Tiene que ver con las medidas de control sobre patrimonio tanto a nivel local como regional, que sin duda son paupérrimas desde hace décadas. Porque no nos equivoquemos, las pautas existen y han sido redactadas desde hace tiempo…pero nadie las pone en marcha. Y lo peor, ya nadie las defiende publicamente (no sería el primer caso de estigmatización en Cantabria por hacerlo)
El resumen del castro de Espinilla es el siguiente: Miguel Ángel Fraile lo descubre en la década de los 80 y lo publica poco después (1990) en "Historia Social y económica de Cantabria hasta el siglo X". En 1997 ya es incluido como enclave a estudiar por arqueólogos e investigadores de renombre como Emilio Muñoz y Eduardo Peralta en "Memorias 1996/1997" de la Asociación Cántabra para la Defensa del Patrimonio Subterraneo" – ACDPS, añadiendo además 7 pautas para la conservación y protección futura de este tipo de yacimientos (que las instituciones nunca llevaron a cabo). En el año 2000 comienzan las obras de acondicionamiento y mejora de la vía CA-183, vía que conduce a Alto Campoo y arteria principal de la Hermandad de Campoo de Suso. "¿De donde sacamos la tierra/arena para acometerlo?" se debió preguntar el regidor/a por aquel entonces. "Tu tira de este cerro, que nos pilla a mano". Y efectivamente, el castro de Espinilla es totalmente arrasado para sacar material de construcción sin que pase absolutamente nada. Y de paso se construye una nave ganadera (el propietario no tiene culpa ninguna, si el ayuntamiento le da el permiso que sabe él) . Y cierto, en este caso no estaba incluido en el Inventario Arqueológico de Cantabria (que no notificado, que lo estaba), circunstancia que se daría allá por el año 2007. ¡Más de 30 años después!. Incluso Fraile en su publicación "Catálogo de castros cántabros. Santander" (año 2004) lo dibuja con su perfil original..tal vez para rememorar lo que se ha perdido por este descontrol.
Un Inventario Arqueológico de Cantabria totalmente desactualizado, que es papel mojado aunque contenga el yacimiento en cuestión (Huerta de Quintana en Suances llevaba décadas incluido y mira tú), unas autoridades locales preocupadas de sacar el voto del vecino (el patrimonio después, y por Ley es su obligación) y una Consejería de Cultura que desde hace décadas yace inerte a la espera de que haya un cambio de legislatura..y vuelta a empezar. Eso sí, no subas tu a sacar unas fotografías de las estructuras que te pueden acusar de estar prospectando visualmente sin permiso y te convertirás en el puto satán (y así lo venderán). Cantabria Infinita lo llaman…
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