El castro de El Otero (Rueda de Pisuerga, Palencia) es otro de los grandes desconocidos de la arqueología relacionada con enclaves habitados por los antiguos cántabros. Este yacimiento, dado a conocer por Miguel Ángel Fraile López en el año 1990 (Historia Social y Económica de Cantabria. Autoedición, Reinosa) y que ha sido citado en varias ocasiones por diferentes autores, sigue siendo hoy una auténtica incógnita, si bien es cierto que el hallazgo fortuito de una pieza excepcional (de la que hablaremos más adelante) lo ha vuelto a poner en escena.
Inicialmente fue dado a conocer como castro de Rueda de Pisuerga, si bien es cierto que a día de hoy está más extendido el topónimo de El Otero. Se situado al sureste del pueblo que en el pasado le dio nombre, en una pequeña loma utilizada durante las últimas décadas para labores de labranza. Fruto de esta actividad, se han ido creando diferentes terrazas que hacen muy difícil la identificación de área total del yacimiento, si bien se puede atisbar un amplio tramo de muralla que se ha conservado como reborde de una de las citadas plataformas. Las diferentes hipótesis, basándose en la posible extensión de ese muro y la morfología del alto, dan a entender que estaríamos ante un recinto de unas 4 o 5 hectáreas de extensión. De todos modos los hallazgos en superficie encontrados a día de hoy (restos cerámicos principalmente) indican que el área de ocupación pudo ser mayor, extendiéndose hacia las tierras de cultivo situadas en la ribera del cercano río Pisuerga.
Aún siendo un enclave identificado y citado desde hace décadas, nunca se ha llevado a cabo ninguna intervención arqueológica en El Otero. No obstante, Ángeles Valle Gómez realizó una campaña de prospección en el área de Cervera de Pisuerga y alrededores, aportando más información a la catalogación del castro. De todos modos, durante una visita al yacimiento, se encontró en superficie un interesante objeto (del que hablaremos en detalle más abajo) que ha dado más motivos si cabe para que el enclave sea estudiado en profundidad: un signum equitum de Bronce.
Está claro que nos encontramos ante un castro, otro más, de gran potencial arqueológico que aún no ha sido estudiado. Es posible que la actividad agrícola haya podido disgregar (o tal vez destruir) parte de su pasado. Pero no olvidemos que algunos casos, esta actividad de un modo superficial, enmascara y a la vez protege este tipo de yacimientos. Esperemos que en los años venideros tengamos noticias positivas sobre la investigación en El Otero.
Nos encontramos ante una pieza de extraordinario valor arqueológico en territorio de los antiguos cántabros. Recordemos que no son muchos los ejemplos encontrados en los oppida de nuestra región y alrededores, aunque en tierras numantínas (por ejemplo) son un auténtico exponente (Garray, Soria) (Almagro-Gorbea 1998: 102-105; Almagro-Gorbea y Torres 1999: 96-100, 227, fig. 31.1; Jimeno et al. 2004: 167-170). Estos objetos están relacionados con elites sociales (los equites) con un status diferenciado en la Edad del Hierro. La posesión de un caballo, según se cree, era símbolo de poder en esta sociedad, además se ser un animal venerado por su simbología. El surgimiento de los equites habría que situarlo en un momento avanzado de la Edad del Hierro (II), donde la sociedad era mucho más avanzada y donde el status socio-cultural floreció en los grandes oppida como La Ulaña, Monte Bernorio o Monte Ornedo. Curiosamente, es estos grandes castros donde aparecían los otros exponentes de signum equitum del territorio de los antiguos cántabros. Los primeros que fueron identificados se encontraron en La Ulaña (Humada, Burgos), si bien solo existe una referencia fotográfica sobre los mismos. Según Eduardo Peralta (2003: 135, nota 1029) se trata de dos objetos de bronce hallados juntos por un particular. El paralelo más cercano en el tiempo, en cuanto a su hallazgo, nos traslada al año 2009. Concretamente a la intervención arqueológica de Monte Ornedo (Valdeolea, Cantabria) llevada a cabo por Pedro Ángel Fernández y Rafael Bolado (Fernández y Bolado 2011: 324- 325). El último fue hallado en Santa Marina (Valdeolea, Cantabria) (Figs. 8.2 y 9), durante la campaña de 2009 y fue publicado junto a una somera descripción (Fernández y Bolado 2011: 324- 325).
Volviendo al signum de El Otero, nos encontramos ante un pequeño objeto de bronce fundido que en el pasado más que posiblemente conservase dos cabezas de caballo en vez de una. El existente, presenta cuello ancho y corto y porta en su cabeza un tocado dejando sus orejas ocultas. Presenta decoración de 4 círculos semiesféricos a lo largo del cuello (en ambas caras) con una disposición ligeramente asimétrica. En la parte central, si existiesen ambas "cabezas", encontramos una serie de líneas que entrelazadas decoran esta parte de la pieza.
No cabe duda de que estamos ante otro ejemplo excepcional de la evolución socio-cultural de los antiguos cántabros en la II Edad del Hierro. Un objeto que diferenciaría a su portador respecto al resto de la sociedad, engalanándolo de un modo sutil, pero a la vez concluyente.
Todos podemos disfrutar del castro de El Otero, ya que aún sin ser un yacimiento visitable (refiriéndonos a un arqueo-sitio como tal) podemos recorrerlo a píe. Desde Regio Cantabrorum te pedimos que respetes el yacimiento y su entorno, ya que es deber de todos mantener viva la historia de Palencia.
El castro de Las Eras de Cañeda (Reinosa, Cantabria) es el típico yacimiento que ha terminado engullido por la mala praxis de las administraciones. Estamos hablando de un enclave cuyo interés arqueológico es conocido desde hace más de 60 años, sobre el cual ilustres investigadores han hecho referencia en diversas publicaciones, incluso en el que se han recogido materiales depositados hoy en día en el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria..¿Y para qué?. Pues para que una cantera entre finales de la década de los 80 y principios de los 90 se llevase por delante siglos y siglos de historia. Muchos achacarán el desconocimiento, no sin razón, de la conservación del patrimonio por aquel entonces, otros a los intereses personales y políticos de una explotación de este tipo, así un largo etc que enmascaró y sigue enmascarando una realidad incómoda: Nadie aún en nuestros días hace nada por recuperar parte de su esplendor. Este yacimiento se une a la interminable lista de enclaves (Castro de Triquineja, La Lomba, Pico del Oro, Castro de Las Lleras) afectados o en peligro por este tipo de explotaciones..es lo que hay.
Volviendo a lo realmente importante, de Las Eras de Cañeda se tiene conocimiento desde hace décadas, aunque no existe una "autoría" definida sobre su hallazgo. Ya en los años 40 del siglo pasado existen referencias escritas del castro, destacando Jesús Carballo (1952) la importancia estratégica del mismo para controlar el paso hacia el norte de Cantabria. A mediados de 1950, Joaquín González Echegaray y A. García y Bellido llevaron a cabo las primeras excavaciones del lugar, siendo el resultado de las mismas una decepción por la ausencia de resultados destacables. El yacimiento es citado con asiduidad en posteriores publicaciones de varios autores: Arredondo (1977), Bohigas (1987), Marcos (1990: 480), Fraile (1990: 128-129) o Peralta y Muñoz (1999: 61, nº 15). Sería durante los primeros "coletazos" de la citada cantera (años 80 y 90) cuando los materiales más interesantes aflorasen a la superficie, no siendo esto por aquel entonces motivo suficiente para detenerla. Hoy en día poco o nada queda de un yacimiento que comenzó a ser prolifero a medida que observábamos atónitos como desaparecía. ¿Se podría hacer algo todavía? Seguro que sí, otra cosa es que interese.
Es imposible pasar por la autovía A-231 entre León y Burgos y no fijarse en el imponente cerro ubicado al lado de la conocida localidad de Sasamón. Allí, repleto de terrazas agrícolas y quien sabe si de otra índole, el cerro Castarreño fue testigo directo del rodillo militar que se dirigía hacia la Cantabria antigua para así escribir uno de los capítulos más importantes de nuestra historia. Y no como "actor secundario" dado que se comienzan a instaurar cada vez con más fuerza los argumentos (y sobre todo los hallazgos) necesarios para establecer aquí el antiguo oppidum túrmogo de Sesigama e igual de importante: Se estrecha el círculo a sus pies para delimitar de una vez por todas el campamento romano donde se instaló el emperador Augusto en su guerra contra los cántabros en el año 26-25 a.C., tal y como queda reflejado en las fuentes clásicas de Floro y Orosio.
Ya desde el siglo XIX, diferentes autores han estudiado en mayor y menor medida (y con mayor y menor acierto) la posible ubicación de la Sesigama prerromana. En 1832 Juan Agustín Ceán Bermúdez la incluye en su "Sumario de Antigüedades", ubicándola en el extrarradio de la actual Sasamón y confundiendo por aquel entonces los hallazgos y restos de la Sesigamo romana con la citada ciudad prerromana. Ya en el siglo XX, Adolf Schulten comete el mismo error ubicando Sesigama prerromana bajo la actual Sasamón. Durante la década los años 70 y 80, diferentes arqueólogos e investigadores como Juan Antonio Abásolo o Ignacio Ruiz Vélez ya van "alejando" el poblamiento prerromano de Sesigama de la actual localidad de Sasamón, acertando de pleno en la contextualización de diferentes enclaves de la Edad del Hierro en la zona y acercándose al cerro Castarreño. Antes del actual estudio (del que luego hablaremos), el año 1998, David Sacristán de la Lama incluye "El Alto de Solarea" (nombre con el que también es conocido el cerro) como enclave de la II Edad del Hierro en el Primer Congreso de Arqueología Burgalesa.
No cabe duda de que el cerro Castarreño esconde un potencial arqueológico enorme que durante estos años está saliendo muy poco a poco a la luz. Si subes a lo alto del mismo te darás cuenta enseguida que es el lugar idóneo para controlar el territorio y un sitio excepcional para albergar un gran oppidum dada su cima amesetada de gran extensión. Un enclave que vivió de primera mano como la columna militar romana avanzaba a sus pies hacia la conquista del territorio de los antiguos cántabros.
El castro de La Corona de Cueto Moroso (Bostronizo, Los Corrales de Buelna) se encuentra ubicado en pleno corazón de Cantabria, dominando la vertiente Este del desfiladero de Las Hoces que durante siglos ha modelado el rio Besaya. Toponímicamente puede resultar un enclave bastante interesante, ya que ante nosotros se abre un abanico de posibilidades cuanto menos curioso. La cima del Cueto Moroso invita a pensar en la totalidad del monte y en la posible relación (toponímica) con la iglesia cercana de fabricación mozárabe: San Román del Moroso. Otra de las posibles atribuciones de su nombre puede remitirse a los "Moros" de la mitología popular, los cuales eran a menudo guardianes de ruinas que albergaban tesoros antiguos. En este caso en concreto, puede que tenga origen en el radical céltico *mor- (pedregal), de modo que puede incluso hacer referencia a los grandes derrumbes de las líneas defensivas de la muralla del recinto.
En cualquiera de los casos, el castro de La Corona de Cueto Moroso se encuentra rodeado de elementos de "leyenda" que avivan aún más su milenario pasado. Algo más al norte, siguiendo la línea de cumbre y un poco por debajo, se encuentra una roca aflorante conocida como "La Piedra del Altar" la cual, según se cree, pudo haber tenido algún valor simbólico o religioso para los antiguos habitantes de la zona. Un poco más hacia el norte, siguiendo la misma dirección y a escasos kilómetros, nos topamos de frente con la Peña del Moro (370 metros), toponímicamente de similares características y en cuya cima se cree haber vislumbrado también algún tipo de estructura de carácter arqueológico..el tiempo lo dirá.
El yacimiento fue descubierto en 1995 por Eduardo Peralta Labrador, quien lo identificó durante una serie de prospecciones orientadas a la detección de yacimientos de hábitat de La Edad del Hierro (Peralta Labrador, 2003:73). Durante los siguientes años, el castro ha sido citado en varias ocasiones por el mismo descubridor, aportando un material fotográfico del mismo de gran valor e interés arqueológico. Desgraciadamente, a parte de las tareas de prospección y documentación, no se ha realizado trabajo arqueológico ninguno en su interior. De momento solo queda esperar..como en decenas de yacimientos de nuestra región..una pena.
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