
El castro de Los Cantones (Cahecho, Peñasagra) es uno de los iconos prerromanos de la comarca de Liébana. Durante décadas, su imponente tamaño, su ubicación y la potencia de sus estructuras han llevado a los investigadores a formular diferentes hipótesis sobre su importancia y contexto en la antigua Cantabria. Una de las más llamativas la formuló en el año 1982 el filólogo Eutimio Martino, quien apoyándose en la toponimia de la cercana localidad de Cambarco relacionó el enclave con la antigua civitas de Kamarika citada por el geógrafo Claudio Ptolomeo. A este respecto debemos destacar que, independientemente de la validez o no de la propuesta, a ojos de arqueólogos e investigadores resultó poco convincente.
Volviendo a la fortificación, se asienta sobre una pequeña loma que separa los pueblos de Luriezo y Cahecho, circunstancia por la cual también se suele asociar a nivel toponímico como castro de una localidad u otra. Uno de los nombres más extendidos es el que tomamos como "principal" en esta publicación (Los Cantones) y está relacionado con los afloramientos rocosos redondeados de la cima, los cuales han sido utilizados durante siglos como materia prima para la construcción de cierres en las fincas colindantes. La primera cita aludiendo a la importancia arqueológica del mismo la realiza como hemos visto Eutimio Martino, si bien es cierto que el primero en hacer referencia a Los Cantones como castro de la Edad del Hierro es Ramón Bohigas (Bohigas Roldán, 1986-87). A modo de apunte, reseñar que se incluye en el INVAC (Inventario Arqueológico de Cantabria) hace apenas dos años.
El castro de Los Cantones se articula principalmente en dos recintos. El más externo es fácilmente identificable por acabar rematado en una estructura circular a modo de bastión. Hasta ella nos encontramos un amplio espacio llano delimitado por un terraplén de unos 250 metros de longitud, el cual se desarrolla hacia el sur hasta acoplarse al recinto mayor, tal y como podemos observar en la imagen. Se cree que en este sector encontramos uno de los accesos principales al recinto, pero la gran masa arbórea que puebla el castro impide la identificación de estructuras claras que apoyen esta afirmación. Por otro lado nos encontramos con el recinto interno, mucho más complejo estructuralmente que el primero. Se compone de una serie sucesiva de terraplenes dispuestos de forma concéntrica a la cima, sobre los cuales se crea un hábitat artificial idóneo para el establecimiento de viviendas. El terraplén más externo dibuja una planta de forma semi-rectangular con los ángulos redondeados, cuyo eje principal alcanza algo más de 250 metros. Hacia el centro encontramos lo que parece ser otra puerta de acceso, está mucho más complicada (estructuralmente hablando) que la citada anteriormente: Se trata de una estrecha entrada en esviaje por la que se accede a un curioso espacio adosado de lo que parece ser un torreón o "punto de control" previo a la entrada final. Ya dentro del recinto nos encontramos con más taludes cuyo objetivo parece facilitar la edificación, llegando alguno de ellos a superar el metro de altura visible.
Todo el dispositivo defensivo tiene una longitud de 1.200 metros, encerrando una superficie aproximada de 9 hectáreas con lo que esto supone. Nos encontraríamos ante el castro más grande hallado en Liébana y uno de mayores de nuestra región. Este dato nos lleva a pensar que pudo tener un papel importante en la época protohistórica, pudiendo ser además un enclave vital para el control del tráfico en la entrada al valle desde el Norte.
No han sido documentados hallazgos materiales en el castro de Los Cantones, ya que hasta nuestros días no se ha realizado ningún tipo de excavación o intervención arqueológica en el mismo. Esto, unido al inmenso bosque de roble que lo puebla, hace difícil su adscripción cronológica, incluso si pudo jugar o no algún papel en la romanización de la antigua Cantabria.
Respecto a su conservación, preocupa la explotación de los derrumbes y estructuras internas como cantera para cierres de fincas, incluso en nuestros días. De hecho, se pueden apreciar en su interior una media docena de "explotaciones" (algunas de más de 2 metros de profundidad) para la obtención de mampostería..algo realmente preocupante y que debería de compensarse y protegerse mediante su adhesión como Bien de Interés Cultural (BIC).
Todos podemos disfrutar del castro de Los Cantones, ya que aún sin ser un yacimiento visitable (refiriéndonos a un arqueo-sitio como tal) podemos recorrerlo a píe. Desde Regio Cantabrorum te pedimos que respetes el yacimiento y su entorno, ya que es deber de todos mantener viva la historia de Cantabria.
El castro del Cueto de Mogro (Miengo, Cantabria) se encuentra situado en un lugar privilegiado, concretamente frente a la desembocadura del río Pas. Fácilmente identificable por su forma cónica, domina un amplio territorio que abarca desde el vecino municipio de Piélagos hasta la conocida Sierra de la Picota, pudiéndose identificar desde aquí sin problema los altos de El Cuco, El Doblo, Tolio y Picota (que le da nombre a la sierra). Se cree, con argumentos muy válidos, que su descubridor fue el padre Jesus Carballo, ya que el año 1943 hace referencia a un castro en el Valle de Pielagos que poseía "triple parapeto" y situado "cerca de Renedo" (Carballo, 1943:187). No existe una referencia directa al castro que nos ocupa, de hecho el señor Carballo nunca se caracterizó por realizar localizaciones geográficas de gran exactitud en sus hallazgos, pero hay apenas dudas de que hablaba de él por varios motivos:
Pasarían más de 30 años hasta que volviese a ser citado en alguna fuente, ya que Arredondo volvió a hacer referencia al mismo en su clásico artículo de 1976-77 (Arredondo, 1976-77:541). Metidos de lleno en pleno siglo XXI, un yacimiento como este carece de protección alguna (BIC), quedando a expensas de que la parte menos dañada del castro lleve el mismo camino que la ya destruida.
El castro de Los Baraones (Valdegama, Palencia) es otra de las joyas de la Edad del Hierro del norte de Palencia junto con el conocido Monte Bernorio. Están situados estratégicamente uno frente al otro, separados por el valle del rio Lucio y a unos 6 kilómetros de distancia en línea recta. Increíblemente, aun habiendo avances en la investigación e interpretación del norte de Palencia en esta época, son pocos los yacimientos sobre los que se han hecho estudios concluyentes exceptuando estos dos castros (sobre manera en Monte Bernorio). Este dato es más que llamativo, ya que ambos han arrojado infinidad de evidencias arqueológicas que nos muestran la importancia de este territorio desde la Edad de Bronce hasta pasadas las Guerras Cántabras.
Centrándonos en el castro de Los Baraones, fue dado a conocer en el año 1979 como poblado de la Edad del Bronce dentro de la obra "La montaña palentina, Tomo I - La Lora", cuyo autor es Gonzalo Alcalde Crespo (erróneamente citado como G. Alcalde del Rio en las publicaciones sobre el castro). No sería hasta el año 1986 cuando comenzasen las excavaciones en el mismo de la mano de Magdalena Barril Vicente y su equipo, los cuales realizarían cinco campañas (hasta el año 1990) que aportarían increíble valor histórico al yacimiento. El nombre del castro viene dado por una serie de terrazas donde se asienta gran parte del mismo, conocidas como "los cintos de Los Baraones". La extensión y morfología actual de los Baraones dista bastante de muchas de las estructuras fortificadas cercanas que hoy conocemos, bien definidas por derrumbes de muralla o por la orografía de las cimas donde se asientan (véase el Monte Cildá, Monte Bernorio, Peña Amaya, La Ulaña, etc). El asentamiento se sitúa sobre tres grandes áreas:
El asentamiento como tal se ha estudiado principalmente en los dos primeros "sectores", ocupando estos una extensión aproximada de 10 hectáreas. Aunque no debemos ni mucho menos olvidar el tercero de ellos (Valseca), donde se han documentado en prospección otras 2 Ha que no fueron excavadas pero de las que se tiene conocimiento sobre su gran valor arqueológico como veremos más adelante.
Es imposible pasar por la autovía A-231 entre León y Burgos y no fijarse en el imponente cerro ubicado al lado de la conocida localidad de Sasamón. Allí, repleto de terrazas agrícolas y quien sabe si de otra índole, el cerro Castarreño fue testigo directo del rodillo militar que se dirigía hacia la Cantabria antigua para así escribir uno de los capítulos más importantes de nuestra historia. Y no como "actor secundario" dado que se comienzan a instaurar cada vez con más fuerza los argumentos (y sobre todo los hallazgos) necesarios para establecer aquí el antiguo oppidum túrmogo de Sesigama e igual de importante: Se estrecha el círculo a sus pies para delimitar de una vez por todas el campamento romano donde se instaló el emperador Augusto en su guerra contra los cántabros en el año 26-25 a.C., tal y como queda reflejado en las fuentes clásicas de Floro y Orosio.
Ya desde el siglo XIX, diferentes autores han estudiado en mayor y menor medida (y con mayor y menor acierto) la posible ubicación de la Sesigama prerromana. En 1832 Juan Agustín Ceán Bermúdez la incluye en su "Sumario de Antigüedades", ubicándola en el extrarradio de la actual Sasamón y confundiendo por aquel entonces los hallazgos y restos de la Sesigamo romana con la citada ciudad prerromana. Ya en el siglo XX, Adolf Schulten comete el mismo error ubicando Sesigama prerromana bajo la actual Sasamón. Durante la década los años 70 y 80, diferentes arqueólogos e investigadores como Juan Antonio Abásolo o Ignacio Ruiz Vélez ya van "alejando" el poblamiento prerromano de Sesigama de la actual localidad de Sasamón, acertando de pleno en la contextualización de diferentes enclaves de la Edad del Hierro en la zona y acercándose al cerro Castarreño. Antes del actual estudio (del que luego hablaremos), el año 1998, David Sacristán de la Lama incluye "El Alto de Solarea" (nombre con el que también es conocido el cerro) como enclave de la II Edad del Hierro en el Primer Congreso de Arqueología Burgalesa.
No cabe duda de que el cerro Castarreño esconde un potencial arqueológico enorme que durante estos años está saliendo muy poco a poco a la luz. Si subes a lo alto del mismo te darás cuenta enseguida que es el lugar idóneo para controlar el territorio y un sitio excepcional para albergar un gran oppidum dada su cima amesetada de gran extensión. Un enclave que vivió de primera mano como la columna militar romana avanzaba a sus pies hacia la conquista del territorio de los antiguos cántabros.
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