
La primera noticia sobre la existencia de estos motivos grabados se debe a J. M. Rivero San José en el libro CANTABRIA CUNA DE LA HUMANIDAD(1985:186), donde se muestra una foto de la roca y al pie escribe: "Junto a estas líneas, unos enigmáticos grabados en un bloque de piedra dispuesto al costado de una de las vías de acceso a las cumbres de Peña Sagra (valle de Aniezo)".
Recientemente la piedra en cuestión, después de varios intentos infructuosos de búsqueda, me la mostró Emilio Gómez Sanz, vecino de Aniezo, quien refirió que, en cierta ocasión, había sido sustraída del lugar y posteriormente devuelta a su emplazamiento gracias a la presión de algunos vecinos; si bien, los autores del traslado fraudulento no la habían depositado en el sitio ni en la forma original en que se hallaba y, además, "le debe faltar un trozo".
La roca donde se hallan las manifestaciones rupestres se halla en el camino de acceso a la ermita de la Virgen de la Luz ("La Santuca") sobre un afloramiento de areniscas. Se sitúan en las cercanías de la confluencia de los arroyos que bajan de Peña Sagra y de la Majá Prau en el paraje denominado El Tumbu por la cascada que forman dicho raiachuelos.
La losa tiene grabadas en su cara plana media docena de herraduras y dos cruces latinas: una de tipo bizantino y otra potenzada de factura similar a otra que aparece en las cercanías sobre un afloramiento rocoso a la vera del camino.
Los grabados se sitúan en un pequeño sierro a partir del cual se marca la transición entre la zona del pueblo y sus praderías y la zona de pastos de altura en las cumbres, por lo que su localización pudiera estar determinada por esta circunstancia.
Hay un debate sobre el origen Prehistórico o Medieval de estas representaciones. Las herraduras aparecen de forma dispersa por diversos puntos de la geografía peninsular tales que el oriente de Andalucía, La Meseta y el Noroeste.
El motivo tiene profundas raíces en los petroglifos del Magreb y Canarias y en la escritura TIFINAGH por lo que le suponemos un origen prehistórico en ese espacio geográfico. Ahora, su llegada a estos lugares norteños parece medieval e inscribirse en una oleada de refugiados bereberes cristianos huyendo del Islam. Las fuentes han silenciado el origen de los repobladores acogidos a las montañas del norte o los ha supuesto godos pero, seguramente, su composición debió de ser muy heterogénea, aglutinando gentes de muy diverso origen en función del factor común religioso.
Esa conclusión se desprende de suponer simultáneos las cruces y las herraduras por la similitud que la composición presenta con los grabados alfabetiformes de la Caleta (El Hierro) donde las cruces son de tipo indígena y deben representar a la letra –T. Si nos atenemos a lo publicado en REVISTA de ARQUEOLOGÍA AÑO XVI Nº 172 Agosto 1995: GRABADOS PREHISTÓRICOS, GRABADOS HISTÓRICOS. Reflexiones sobre un debate a superar. Pag 21. Julián Martínez García. Serían claramente medievales con paralelos exactos en Almería, Aljibe de las Hoyuelas, El Ejido. “Cruciforme con peana cuadrangular, antropomorfos y herraduras (s. XVI)”.
Lo que parece claro, es que este tipo de representaciones van ligadas a prácticas ganaderas en todos sus contextos por lo que parecen formar parte de algún ritual dedicado a proteger a los ganados. La forma de herradura se ha asociado a cultos lunares y de la fertilidad.
Llorente Fernández en RECUERDOS DE LIÉBANA dice en la pag 193: “ ..A ese pueblo de Aniezo se retiró , y allí murió San Beato, abad que fue del monasterio de San Martín… En dicho concejo de Aniezo hay una fuente llamada de San Beato; y estas circunstancias han sido parte para que algunos crean que el ilustre monje nació en ese pueblo; …” y en la pag. 354 se desdice de una afirmación anterior de que Beato era natural de Armaño, al decir “San Beato, monje y obispo. Nació en Aniezo, durante la primera mitad del siglo VIII..”
Siempre se ha especulado con el posible origen mozárabe de Beato de Liébana o de que, al menos, tuvo acceso a una importante biblioteca que portarían hacia el norte personas de esa estirpe. Estos grabados pudieran constituir una prueba en esa dirección.
En la parte alta del camino, cercanías de la ermita de la Virgen de la Luz, en el lugar conocido como Jelecheu, citó un túmulo dolménico de gran tamaño Ángel Ocejo. Aunque estas representaciones, en ocasiones coinciden con grabados de cronología mas antigua del Megalitismo o Edad del Bronce, tanto por su factura como por su temática no parece ser este el caso.
Entre los arboles de una inmensa plantación forestal, a cerca de 1.000 metros de altitud, se encuentra otro de los ejemplos del abandono que sufren muchos de nuestros yacimientos por los que tanto nos gusta rasgarnos las vestiduras y así hablar de los antiguos cántabros y nuestra heredada valentía: El castro de Lerones (Cabezón de Liébana, Cantabria). Se encuentra situado sobre la localidad que le da nombre, concretamente sobre una elevación del cordal que desciende de la Sierra de Peña Porrera. Esta atalaya natural domina gran parte del valle de Pesaguero, por lo que se creé que pudo tener un papel clave a la hora de controlar la entrada en Liébana desde el valle de Polaciones o incluso desde la meseta a través de Piedrasluengas.
El recinto fue descubierto a finales del siglo pasado, concretamente en el año 1991, por Gonzalo Gómez de Casares, quien acompañado por Angel Ocejo, Raúl Molleda y Manuel Bahillo identificó las estructuras correspondientes. Posteriormente sería citado como castro por arqueólogos de renombre como Eduardo Peralta Labrador y Enrique Muñoz, aunque siempre de un modo simplificado debido a que no existen investigaciones ni estudios sobre el mismo. En los últimos años, el castro de Lerones ha pasado a formar parte del INVAC (Inventario Arqueológico de Cantabria).
Mogrovejo es una de las localidades más turísticas y bellas de la comarca de Liébana: Paisajes espectaculares, una gastronomía increíble, una arquitectura tradicional digna de ser observada y una historia envidiable. Uno de los iconos de la citada localidad es la conocida como Torre de Mogrovejo, espectacular complejo señorial de finales del siglo XII que, según rezan muchos datos bibliográficos "domina la localidad a media ladera". Pero si de dominio e historia se tratase, sin desmerecer ni mucho menos al citado monumento, en lo alto de los montes y con una milenaria historia nos encontramos con un enclave apenas conocido que nos habla de los albores de una sociedad que, al igual que hoy en día, tenía su ganado pastando en el entorno de La Calvera. Estamos hablando de unos de los máximos exponentes en cuanto a estructuras tumulares y megalíticas de Cantabria: El yacimiento de Peña Oviedo. Con el añadido de que, además, a diferencia de otras espectaculares estaciones megalíticas (Sejos, las necrópolis de Combranda, Palmedian o Las Llaves) existen dos zonas perfectamente delimitadas y con usos más allá de lo funerario: Un uso doméstico. Circunstancia que lo convierte en un enclave poco habitual.
Las primeras noticias sobre las estructuras de Peña Oviedo datan del año 1948, cuando Benjamín Bada remite una carta al Museo Provincial de Prehistoria y Arqueología de Santander (actual MUPAC) informando de su existencia. Décadas más tarde, en el año 1982, Jose María de La Lama, Francisco Soberón y Eutimio Martino elaboraron un informe que harían llegar al Museo. Este documento sería el preámbulo de las excavaciones arqueológicas realizadas entre los años 1989 y 1995 bajo la dirección de Agustín Diez Castillo. Del mismo modo, sería revisado y topografiado por miembros del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistórica de la Universidad de Cantabria en 2007.
Y desde entonces hasta nuestros días…nada de nada. Curioso que uno de los conjuntos megalíticos mejor documentados de Cantabria (además de uno de los más bonitos paisajísticamente hablando) no tenga la relevancia que merece. Tampoco es de extrañar dado que desde el Gobierno de Cantabria están mucho más interesados en "encerrar" la cultura en las cuevas (bueno, en las cuevas no que no se puede entrar…salvo que des 500.000 de €..que te ponen hasta moqueta) en vez de incluirla en arqueo rutas de montaña, itinerarios culturales más allá del MUPAC (cuando esté..) y diferentes propuestas que no pasan por "vender" que interesa la cultura cada cuatro años..Cantabria Infinita lo llaman.
La estructura defensiva de Robadorio se alza dominante a 2.219 metros de altitud entre las provincias de León (Boca de Huérgano) y Cantabria (Vega de Liébana). Ubicada al Este del puerto de San Glorio, esta construcción es una de las grandes desconocidas de la arqueología cántabra, ya que existen varias hipótesis sobre su cronología y el contexto histórico que ocupó. Su valor arqueológico fue puesto de manifiesto en el año 2004 por Manuel Valle (de forma independiente) y por el investigador lebaniego Gonzalo Gómez de Casares, quienes dieron a conocer lo que parecían las ruinas de una fortificación de montaña en el alto del Robadorio. Tras las primeras impresiones, fue visitada por el conocido arqueólogo Eduardo Peralta Labrador, quien localizó de manera casual en su interior una tachuela de sandalia romana o clavi caligae. Este hallazgo, por diminuto que pueda parecer, es de gran valor y por ello fue dado a conocer de inmediato Consejería de Cultura, Turismo y Deporte. A diferencia de otros yacimientos, donde encontrar según que materiales en superficie es complicado, el recinto defensivo de Robadorio se encuentra enmarcado en un contexto geológico y paisajístico típico de alta montaña, donde la formación de suelos y vegetación es prácticamente inexistente y donde el material predominante es el suelo rocoso.
La circunstancia anterior es de gran importancia, ya que además de permitir encontrar materiales en superficie, propicia que sea un enclave ideal para conseguir la materia prima a la hora de construir cualquier estructura defensiva. Esto, unido al alto valor estratégico del lugar, hacen de Robadorio el lugar perfecto para controlar las vías de comunicación entre la montaña palentina y leonesa con la comarca lebaniega, sin olvidar que es el epicentro de un área de pasto de verano importante en la zona.
No puedo terminar esta pequeña introducción sin citar que el proyecto de estación de esquí de San Glorio (paralizado) incluía este lugar entre las infraestructuras de remonte que iban a ser construidas…¡viva el vino!.
Nos encontramos ante un yacimiento cuyo potencial podría hacer tambalear la historia que conocemos de las Guerras Cántabras hasta el día de hoy. Una nueva vertiente de investigación que, independientemente de su gran valor científico, podría acercar el mito del Monte Vindió a una realidad cada vez más palpable. Estamos hablando, como no, del campamento romano de Castro Negro. Un enclave que ha permanecido miles de años "escondido" y que a principios de este año 2017 vio finalmente la luz a nivel nacional (e internacional). Un acuartelamiento a casi 2.000 metros de altitud, donde tal vez cambió la historia de Cantabria y aún no lo sabemos. Solo las investigaciones y el tiempo lo dirán. Tenga o no relación directa con el conocido sitio del Monte Vindió, donde Lucio Anneo Floro relataba en sus textos que los cántabros pensaban que "antes subirían las olas del océano que las armas romanas", no cabe duda de que estamos ante un recinto campamental romano CLAVE para el control del territorio entre Liébana y el Norte de Palencia. No obstante, sus dimensiones, su morfología y su cercanía a otro recinto encontrado en la misma campaña de prospección arqueológica (llamado Monte "Vistrió") dan lugar a dejar volar la imaginación con buena base.
El descubrimiento del mismo lo realizó Jose Angel Hierro Gárate en 2014 gracias a la fotografía satélite y a la documentación de vuelos aéreos existente, presentándose posteriormente en el ciclo "Las Guerras Astur Cántabras" celebrado en Gijón a finales de ese mismo año. Los primeros datos preliminares del mismo aparecerían en la publicación realizada a raíz de dicho encuentro arqueológico y que fue coordinador por Jorge Camino Mayor, Jesús Francisco Torres Martínez y Eduardo Peralta Labrador, siendo este último quien con un equipo multidisciplinar dirigiría las excavaciones arqueológicas desarrolladas entre Agosto y Octubre de 2016. Cabe destacar que no sin antes pasar por un viacrucis burocrático que no les permitía llegar al campamento porque, si bien tenían permiso de la Consejería de Cultura para realiza la investigación, el servicio de Montes no les dejaba acceder en todoterreno. Esto unido a que dicha campaña se financió casi en su totalidad por capital privado (no hubo prácticamente inversión por parte de la administración), hicieron que el proyecto arqueológico "Agger" no comenzase con buen pie este episodio de la historia.
Uno no puede dejar de pensar que, viendo el increíble interés social y científico que este descubrimiento suscita, pueda quedar de lado como ha ocurrido otras ocasiones. Se destinan miles y miles de € para sufragar estudios e investigaciones sobre arte rupestre, pero la historia más accesible y mejor interpretable de nuestra tierra perece en el olvido. Como siempre, parece que en Cantabria es más fácil vivir de hipótesis que invertir en certezas. Esperemos que esta maravilla no sea fruto del olvido que tras décadas han vivido increíbles yacimientos como la Espina del Gallego, Monte Cildá y otros enclaves relacionados con las Guerras Cántabras.
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