El Cueto de Villafufre o Pico Cantar es un auténtico desconocido arqueológicamente hablando. Ya no solo por las dudas que suscita el yacimiento en sí, sino por la precariedad de elementos protohistóricos de todo el valle de Pisueña. Este último linda con el valle de Toranzo, siendo la antítesis total por la gran cantidad de enclaves y hallazgos que alberga: Campamentos romanos, castros , estelas, cuevas con arte rupestre y un largo etc. Ni siquiera existen grandes elevaciones que pudiesen aislar un valle del otro..sencillamente parece un valle olvidado para los investigadores e historiadores de la Cantabria prerromana y romana. No olvidemos que, geológicamente y geográficamente es un valle igual de idóneo que los que le rodean.
Volviendo al Pico Cantar, se encuentra situado junto al desfiladero por el que se abre camino el río Pisueña en su descenso hacia el valle de Cayón, concretamente en una pequeña elevación situada a las afueras de la localidad de Vega de Villafufre. Se conocían algunas referencias sobre las ruinas existentes y su carácter arqueológico (Sojo y Lomba,1947; Arredondo,1976-77), aunque no sería hasta el año 1995 cuando volviese al panorama regional. Serian J. Marcos Martínez y M. Tazón Díaz quienes lo identificasen entonces con una importante fortaleza de la Edad Antigua o Media, siendo tan amplio el "arco cronológico" debido a la imposibilidad de hacer un estudio más a fondo por la densa masa arbórea de roble y monte bajo que lo pueblan. Posteriormente Lino Mantecón Callejo y el propio Javier Marcos serían los encargados de elaborar la ficha correspondiente para el INVAC (Inventario Arqueológico Regional).
La cima del Pico Cantar no destaca por su extensión, si bien su forma cónica y redondeada hace de él un enclave óptimo para el hábitat. En su cómoda superficie, con suaves desniveles, se han hallado (no sin dificultad por la vegetación) las estructuras defensivas que se extienden a lo largo de unos 350 metros a modo de cinturón en torno a la cima. Delimitan un espacio interior que no llega a la media hectárea, siendo su eje mayor de 140 metros de largo por unos 30 de ancho. Las murallas están derribadas casi en su totalidad, lo cual ha creado un talud artificial con gran cantidad de materiales a sus pies. Esto, unido a la gran cantidad de bosque bajo y matojo que lo pueblan, hacen casí imposible su estimación real en cuanto a altura se refiere, aunque se han observado puntos donde el derrumbe puede ocultar sectores de más de 1, 5 metros. Se ha podido constatar además que está conformado por materiales generalmente de forma ortogonal con las esquinas bastante redondeadas, óptimos para construcción a hueso (sin argamasas). Se ha podido apreciar la anchura original de la estructura en alguno de los sectores, llegando a medir entre 1,50 y 2,30 metros en el mayor de los casos.
Tan solo se ha encontrado un acceso en el sector Oeste, constituido por una pequeña rampa flanqueada por muros en forma de embudo (típico de fortalezas protohistóricas). La entrada como tal no tiene siquiera 2 metros de ancho, llegando a los 4 en la parte más ancha del citado embudo. De todos modos, estas medidas (según los autores) deben entenderse con cautela, ya que no son ni mucho menos exactas por lo frondoso del bosque y las dificultades expuestas con anterioridad.
No se conocen materiales arqueológicos relacionados con este yacimiento, siendo este dato fundamental para no poder adscribirlo a una época exacta. Si bien sus características defensivas y dimensiones podían llevarnos a incluirlo como castro de la Edad del Hierro, las dudas sobre el Pico Cantar son demasiado evidentes para incluirlo de un modo rotundo en este apartado. De hecho, en el Inventario Arqueológico de Cantabria (INVAC) está incluido como fortaleza altomedieval, aunque no existe en nuestra región ninguna similitud en cuanto a la tipología medieval a la que podría pertenecer. Es por esto por lo que aun, a falta de un estudio más exhaustivo del mismo, no se puede afirmar ni desmentir su adscripción cronológica en una u otra época de las citadas.
No es recomendable la visita a la estructura defensiva del Cueto de Villafufre. Se encuentra inmersa en un frondoso bosque, lleno de zarzas, escajos y monte bajo que hacen casí impracticable el lugar. Desde Regio Cantabrorum te pedimos que respetes el yacimiento y su entorno, ya que es deber de todos mantener viva la historia de Cantabria.
El Castrejón (Naveda, Campoo de Suso) es uno de los enclaves más enigmáticos y a la vez más citados como "castro cántabro" en nuestra región. Todo esto sin conocer en la actualidad presencia de materiales arqueológicos entregados o recuperados que lo puedan adscribir cronológicamente como tal. Digo bien, ya que a nuestros días no ha llegado ninguno..otra cosa bien distinta es que si se hallasen en el pasado y que nada se sepa de ellos como bien veremos. El yacimiento es conocido desde hace décadas, siendo descubierto y estudiado por Jesús Carballo en los años 40 del siglo pasado (Carballo, 1952: 305). Esta atalaya natural es fácilmente diferenciable en la zona, encontrándose a tan solo unos metros del acceso a la localidad de Proaño por el Noreste y de Naveda por el Sur. Posee unos 300 metros de longitud en su eje más largo (Este-Oeste) por 160 metros en inferior (Norte-Sur). Es en estas dos últimas vertientes donde dos grandes cantiles calizos actual como defensa natural, formándose así grandes pendientes que hacen muy complicado su acceso.
Además de las investigaciones realizadas por su descubridor, arqueólogos e investigadores de renombre han realizado diferentes prospecciones y estudios en su lisa cima. Al conocido A. Schulten (1942) le seguirían D. Gallejones y Joaquín Gonzalez Echegaray (1951: 145-150) quienes definirían el sistema defensivo sin realizar excavación alguna con la aportación en la parte noroccidental de Miguel Ángel García Guinea ese mismo año. En los años posteriores nuevamente Echegaray (1966), Bohigas, Marcos (ambos en 1987), Fraile (1990) y Peralta/Muñoz (1997) intentaron vislumbrar algún horizonte con sus prospecciones en El Castrejón..sin resultados concluyentes. En los últimos años (2007-2008), el arqueólogo José Ángel Hierro Gárate lo incluiría en el INVAC - Inventario Arqueológico de Cantabria.
Estamos en definitiva, ante un yacimiento donde las incognitas son mucho más numerosas que las respuestas. Otro de tantos donde el paso del tiempo y la falta de fondos para investigar en nuestra región lo relegarán a una posición que, tal vez, no merezca su milenario pasado.
El Pico de La Capía, conocido por casi todo el mundo como Pico Dobra, se encuentra en la divisoria entre los municipios de Torrelavega, Puente Viesgo y San Felices de Buelna. Es increíble como su inconfundible silueta ha sido durante miles de años un auténtico "imán" para todos, ya no solo para los excursionistas de hoy en día sino para los antiguos pobladores de Regio Cantabrorum. ¿Cuántos misterios esconde? ¿Tendrá una energía especial?. Ya la relación toponímica de "La Capía" deriva del castellano "capilla", pudiéndose relacionar esto con la posible existencia de algún elemento arqueológico como un santuario religioso o derivado.
El primer descubrimiento en sus inmediaciones corrió a cargo del prehistoriador Herminio Alcalde del Río quien, en el año 1925, descubrió un ara romana con una inscripción votiva que donó posteriormente al Museo Municipal de Santander (hoy el MUPAC). No sería hasta el año 1949 cuando se publicase un estudio de dicha pieza, el cual ya daría a entender desde el inicio la importancia del hallazgo e incluso del enclave de La Capía. Si bien es cierto que la interpretación inicial sobre su cronología no fue la más acertada (año 399 d.C., se utilizó una datación consultar relacionada con Manlio y Eutropio en base a la inscripción "X de las calendas de Agosto, siendo cónsules "Ma.." y "Eu..") , se publicó un gran trabajo al respecto. No olvidemos que la arqueología de mediados de siglo XX no era tan exacta, ni mucho menos en la interpretación epigráfica, como la que tenemos ahora. Por este mismo motivo, arqueólogos e investigadores como González Echegaray o García Bellido eran reticentes a pensar que un ara de posible culto indígena estuviese erigida en pleno auge del cristianismo.
Estas dudas fueron resueltas hace no muchos años, ya que se propuso un nuevo modo de interpretar la fecha consular, lo que dataría la pieza en el año 161 d.C, mucho más acorde a lo inscrito. Además, se matizó la lectura de la lectura de Vicanus Aunigainum, que sería un antropónimo con su cognatio y no necesariamente, como planteaba la primera interpretación, haría de Cornelius un habitante de un supuesto vicus Aunigainum (relacionado con la localidad de Ongayo en algunas lecturas, como recoge Jose María Blazquez Martínez). Es curioso además que, aun existiendo una bibliografía amplia sobre la pieza, hasta el año 1996 no se hizo un estudio para determinar la ubicación original de la misma, ya que siempre existieron teorías pero ninguna en firme. Se cree que pudo encontrarse en una pequeña llanura de la cima, la cual se encuentra amurallada y cuyos restos no han sido muy evidentes hasta hace pocos años. Aún asi, debido a que muchas informaciones recogidas se han transmitido oralmente, no se ha podido afirmar al 100% que este sea el lugar preciso.
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