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Carta abierta a mi amiga la Prehistoria

Todavía no sé muy bien por qué me escogiste a mí. Siempre he tenido la certeza de que en Cantabria existen decenas de personas mucho mejores que yo para poder hablar contigo y transmitirte todo lo que te ocurre. Cierto es que el modo en el que tú y yo conversamos es diferente, mucho más cercano, menos técnico y lejos de ataduras que no permiten decir lo que piensan a aquellos que conviven y disfrutan con tu presencia. Como bien sabes, expresar claramente el porqué de tu enfermedad es motivo más que suficiente de crucifixión laboral, mucho más aún si una posible ayuda para investigar depende de según qué palabras..malditas palabras. No juzgo a tus doctores, todo lo contrario, de hecho les compadezco. Tal vez por esto fui yo aquel al que sonreíste en la cama del hospital hace ya un par años. Un humilde celador del que muchos superiores se ríen por decir lo que piensa. Sin titulación y sin experiencia médica, pero con la tranquilidad y la transparencia que muchos de ellos no poseen. Estoy prácticamente seguro que fue eso lo que te llamo la atención de mí, aunque nunca lo hemos hablado la verdad. Mejor así.

Aún recuerdo esa tarde en la que nos conocimos. Al echar un vistazo a tu historial pensé que me encontraría con alguien desgastado por el paso del tiempo y apagándose poco a poco. Sería normal teniendo en cuenta que tienes más de 40.000 años. Mi sorpresa fue mayúscula al cruzar la puerta de aquella fría habitación, repleta de máquinas y tubos. Me encontré con alguien que, pese a su estado, poseía una gran vitalidad. Llamaba poderosamente la atención su piel curtida por el paso de los años (más bien siglos) y su mirada gris azulada, de esas que te dejan petrificado si te miran directamente a los ojos. Al salir todos aquellos médicos de su visita rutinaria, me agarraste la mano y con una medio sonrisa me preguntaste: "Ahora que estamos tu y yo solos, cuéntame la verdad. ¿Qué me pasa en Altamira?". Me quedé perplejo. Hacía tiempo que especialistas del Patronato, CSIC y Universidad de Cantabria le tenían que haber dicho la verdad a aquella pobre anciana. En vez de eso, cada uno le contaba lo que le interesaba según el momento. "Yo no soy nadie para contestarle señora, tenga en cuenta la opinión de sus doctores". "Aquellos a los que llamas doctores, cambian cada cuatro años de opinión sobre mi tratamiento" me respondió. Y yo, sin saber muy bien que hacer, me armé de valor y le dije: "Mire, el problema principal no es su salud en Altamira. Todo parece más bien un interés económico de la gente que la rodea". Y desde entonces, aquella señora a la que trataba de usted y yo hablamos cada semana. Sin tapujos, sin mentiras, con un cierto tono ácido y sana ironía que a muchos no gusta.

En todo este tiempo hemos charlado sobre el secretismo de la Universidad de Cantabria cada vez que realizan alguna analítica, o sobre el protagonismo que alguno de los doctores busca más allá de los avances médicos sobre tu conocida enfermedad. Nos reímos mucho también cuando supimos que al anterior director del hospital, el Sr. Diego, le notificó el hallazgo de Aurea (Peñarrubia) un doctor de la oposición en vez de su gabinete de confianza, los doctores Serna y Solanas. Incluso cuando las malas lenguas dijeron que el anterior director quiso operar en La Garma (Omoño, Ribamontan al Mar) tras el berrinche de esa mala gestión, haciendo oídos sordos a especialistas en ese área y amenazando presuntamente con quitar parte del presupuesto en investigación por no obtener un retorno económico con las investigaciones. Que buenos ratos hemos pasado amiga Prehistoria con todo esto, nos hemos reído a carcajadas. Siempre he intentado que así sea, al menos para paliar tu agónica situación.

Pero últimamente no sé muy bien cómo hacerlo. No sé cómo decirte que el esperado cambio de dirección en el hospital que te prometí no se producirá, al menos eso parece. Con uno de los nuevos especialistas, el sr. Francisco Ruiz, intentando hacer tan solo caja con sus "brillantes" e innovadoras ideas. O incluso con el nombramiento etéreo de la doctora Marina Bolado, especialista en otro área y que por mucho empeño que ponga no ha llegado ni llegará a conocerte. No me atrevo a hablar más de esto contigo, me da vergüenza volver a fallarte con falsas promesas. He pedido el traslado porque no quiero verte sufrir más. De ahí que te escriba esta carta a modo de despedida que espero no te haga perder ni la esperanza ni tu milenaria sonrisa.

Te quiero..amiga..

Miguel López Cadavieco